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Mostrando las entradas de mayo, 2013

Humo de cigarrillo

     El humo del cigarrillo empaña la vista cuando se lo sostiene entre los labios. Las diminutas partículas resultantes de la combustión se esfuman al instante, como sabiendo que no deberían estar allí. Ese fuego que es todos los fuegos acaricia su rostro y la imperceptible succión que se aplica al filtro es suficiente para encender su anaranjado rostro. El finísimo papel del que está hecho se quema en elipses, como un diminuto volcán que girara sobre sí mismo. Se arropa entre los dedos de quien lo consume, dedos que de alguna forma pretenden hacerlo pasar por la joya de la corona del sexo femenino.       Y la operación se repite: se lo excita, se lo consume, se lo desecha cuando el fuego que lo desgarraba desde su interior se ha perdido. Incluso hay quienes, una vez consumida su fina tez blanca y aún encorvado y retorcido, lo refriegan sobre el lecho de cenizas y cerámica que será su tumba. Como quien excitara el seno femenino, en pleno acto copulatorio, entre la expectativa de alc

Facewall

Tenía la cuenta en autologin por lo que con presionar tan solo en una pestaña nueva ya estuvo allí. No fuese que el navegador olvidara a quien ingresaba a diario en él. Inmediatamente en el “Inicio” deslizo la rueda del mousse hacia abajo, no sin antes lamentar una vez más su testaruda resistencia. Fugazmente entrevió, entre nombres y páginas a las que no recordaba haberse unido, vacías fotos de concientización sobre el maltrato animal y de platos pretendidamente gourmet. Alguna que otra foto o tema de una banda que un fanático promocionaba sin el menor éxito y propagando política encubierta de debate, y paso a su “Perfil”. El hecho de cliquear en su nombre sin duda le daba una ilusión de pertenencia, de propiedad, que solo podía lograr la estratagema bien pensada de un sitio tan monótono, no solo en cuanto personalización sino en cuanto a las normas implícitas de lo compartible. Nuevamente giro la ruda del mousse hacia abajo, esta vez mas suelta por haber entrado en calor. De alguna

Old Smugler

El viejo relee las últimas líneas que acaba de escribir. Dice la última oración en voz alta y nota la garganta reseca. Deja la silla junto a la máquina de escribir y se dirige a una de sus bibliotecas. Tras palpar unos instantes la parte alta toma con cuidado una botella de whisky. Arrastrando los pies se dirige a la cocina. Toma un vaso que se estaba escurriendo en el lavaplatos. Limpia los bordes humedecidos con la manga de su camisa. Con la última frase aun en mente intenta llenarlo y se da cuenta de que no queda whisky. Piensa en el mercado coreano que abrieron hace poco a unas cuadras. Se lamenta de no haber comprado las dos botellas que estaban de oferta. Recuerda que el Old Smugler era asqueroso. Deja la botella vacía en la mesada de la cocina. Busca sus mocasines. Se saca las pantuflas. Se calza los mocasines. Busca las llaves del auto. No las encuentra. Recuerda que ya no puede manejar. Destraba la puerta para salir. Sale al pórtico y siente frío. Entra y recoge su campera de