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Mostrando las entradas de julio, 2013

El escritorio

El escritorio nunca había sido movido. En su vida anterior la mole de madera de roble barnizado había sido parte de una multitud numerosísima, mucho más numerosa que las cuatro patas que ahora sostenían desde las esquinas su cuerpo rectangular. Aun así, aislado de su pasado a la fuerza, reflejaba en su terso lomo la poca luz de los amaneceres que se filtraban por la ventana. Ese mismo lomo había tenido que sostener el peso de cientos y cientos de libros, de cientos y cientos de frases leídas en voz alta y de incontables rasguños en hojas palidísimas, que nunca durarían demasiado en el mismo lugar. De espaldas a esa misma ventana, de la cual robara su único brillo, sus cajones adornados con manijas de plata guardarían los secretos forjados en el fuego de la superficie. Y aún más profundo, en su vientre teñido de amarillo por el humo del tabaco, vientre por lo tanto débil al paso del tiempo y suavizado por la respiración de la madera, dibujos con fibrones de colores recuerdan otra

La lámpara

La lamparita de 60 watts todavía esta tibia tras haber iluminado el centro del escritorio. Su foco gris, fantasmal en la penumbra reinante, había sido reemplazado una y otra vez ante la falla de corriente en el interruptor. El cuello de la lámpara, que hasta hacía algunos meses había resistido los caprichos de la redirección, se había contracturado en un ángulo que hacía necesario mover todo el aparato, desde su base, allí mismo sobre el escritorio. Ese foco gris, o alguno anterior, había presenciado hacía algunos meses, entre luces y sombras, un acto de infidelidad. Una sombra negra se había inclinado frente a un hombre entrado en años, y al contrario de la lámpara, ésta había estirado el cuello sin dificultad. 

Ant

7:15 AM. Anton amanece sintiendo las finísimas garras de Kardia, su gata, que al atravesar las frazadas se anclan en su pecho. La corre de un manotazo y tras tomar el celular de la mesita de luz, confirma que está retrasado. Kardia debió haberse subido a ella para llegar a la cama, desactivando en su camino la alarma. Se incorpora y le lanza una chinela tras tomarla del suelo. Se frota la cara y siente los primeros escalofríos del día. Salta fuera de la cama y tras calzarse una chinela va a buscar la otra. Entre chuchos llega al baño. Corrobora la inmutabilidad de su pelo negro, la marca de la almohada en su mejilla izquierda y sus diminutos y cansados ojos verdes le devuelven la mirada. Siente el correr del agua tibia entre sus dedos y en un movimiento rápido se empapa la cara. Dando saltos se viste con lo que encuentra a su paso. Antes de ponerse la campera de cuero, que entrevió en el placard sin puertas, abre la única ventana de la pieza para que la nube de humo de cigarrillo s

Las aventuras del sonámbulo y el templo del bypass

Anton tenía la no tan extraña costumbre de ser sonámbulo tres veces a la semana. Ese lunes en especial calló en un profundísimo sueño que lo llevó a lugares a los que nunca hubiese ido, ni en sueño ni en vigilia. Tras dormirse se vio a sí mismo en una enorme planicie, presumiblemente americana, colmada de extensísimas plantaciones de maíz. Levantó atento la vista y se incorporó de su posición de reposo en lo que parecía un caminito de piedra, lo suficientemente estrecho como para que su cuerpo de niño tocara ambos márgenes. Para su sorpresa la piedra gris contra la que presionó ambas manos para levantarse era suave como un colchón de plumas. Tras pararse se frotó el pecho y comenzó a andar el sendero plateado. El sol a sus espaldas proyectaba frente a él una sombra que se perdía en el horizonte, siguiendo, elástica, las curvas del camino. Hizo algunos pasos apreciando las plantaciones a ambos lados, y sintiendo como el suelo cobraba solides con cada paso que daba. Entonces chocó contr