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Mostrando las entradas de noviembre, 2013

El cenicero

El cenicero es un círculo de mármol perfecto, con cuatro hendiduras como puntos cardinales. En dichas hendiduras se ha balanceado el vientre de los cigarrillos cuando ambas manos estaban ocupadas o, como fue común en este caso, cuando se requirió del tiempo para ojear fugazmente un libro. En íntima relación con el cesto de la basura en el cual vomita el humo que no fue, y para el cual funciona de ceniciento intermediario, el cenicero no es más que tránsito: de la ceniza a la basura, del humo al pulmón. Cómodamente ubicado a la diestra de quien se sentara en la silla del escritorio, sabe que es uno más de una serie que cederá frente a las inclemencias de los calores ajenos. Y aun así la costra de cenizas que hace meses se va acumulando en él, molécula por molécula, y las últimas dos colillas que lo tienen por lugar de descanso final, son suficientes para darle sentido. 

SKYWALL IV

Mil novecientos treinta y nueve [1]   , cuatrocientos dieciocho años después de la caída de Skywall. El mayor Settler de la generación del treinta declara terminada la red de túneles subterráneos más grande que haya visto la humanidad, extendiéndose desde Dinamarca a Castilla y desde Inglaterra a Nápoles. A esta altura la humanidad es prácticamente subterránea. Se han formado tres grandes ciudadelas, nombradas tras los tres ríos que cruzaban el Bearne francés, como los describiera el último Settler que peleara tras la caída: Nivelle, Garona y Adur. Formando un triángulo equilátero con sus puntas en el reino de Francia, el Imperio Romano Germánico y Bosnia, respectivamente, encerraría la geometría básica de las últimas grandes migraciones humanas. Esa misma humanidad ha sobrevivido de las entrañas de la tierra y la ha explotado intentado recuperar su antigua vida, envenenándose sin saberlo en el proceso. Punzando los ríos subterráneos como antes los Reds lo hicieron con sus venas, ha

La caja de habanos

La caja de habanos tiene grabado en la tapa el rostro de una mujer risueña, rodeada de flores. En su interior dos habanos y medio descansan en el fondo, desordenados presumiblemente por el movimiento de la caja. Esta habría contenido doce de ellos, seis sobre seis, dispuestos horizontalmente entre las dos delgadas placas de madera que componen su fondo y su tapa. El medio habano ha dejado, tras girar sobre sí mismo, una delgadísima aureola de ceniza en forma de arco. Mojada su punta encendida en agua (o quizás whisky) para su consumo posterior, parece haber tardado más de los esperado en secarse, y ante la prisa del consumidor, que optaría por un cigarrillo, ha sido devuelto bruscamente a la caja.   

SKYWALL III

El caos que le siguió a la caída del muro puso en evidencia la verdadera naturaleza de la humanidad. Aquella humanidad cuya civilización sostenía su moral sobre el delicado hilo de la religión, anhelante y temerosa de la muerte, perdió todo cuando perdió el paraíso. El primero en saberlo fue justamente el papa León X, que aquel fatídico año de mil quinientos veintiuno se quitó la vida sin pensarlo dos veces. Pasados diecisiete [1]  años desde que Hernán Cortés desatara el infierno, la humanidad finalmente habría unificado sus teologías, surgiendo los Reds, vestidos con el rojo de la sangre de los cardenales muertos. Fue necesaria la cuasi extinción para que los hombres vieran el mundo de la misma manera. Aquellos diecisiete años habrían visto un exterminio como ningún otro, matanzas inhumanas en las que una ciudad caía tras otra, y solo los poblados más aislados y remotos pasaban desapercibidas. En diecisiete años los espectros habían arrasado oriente desde el Pacífico, desaparecien

La miniatura de la Torre Eiffel

La miniatura de la Torre Eiffel es un recuerdo ajeno: fue el regalo de un hermano mayor, fallecido, pero que tuvo buena vida. Por ello permanece en el modular, a pesar de que una de sus patitas de bronce se ha abollado al usarla sus sobrinos como juguete. Desde el segundo estante, tras la puertita de vidrio, junto a una caja de habanos, la torre de bronce encierra una idea: la muerte del romanticismo. Quien tomara ocasionalmente un habano de la caja a su lado la observaría con una mezcla de temor y placer, y pensaría según su humor, al momento de encenderse con recuerdos propios, en su mujer o en su hermano. 

San Cayetano

Se acomodó los anteojos e intentó enfocar el rostro de la mujer que caminaba en su dirección. Era una mujer porque llevaba un largo vestido rojo, y porque tenía el pelo lo suficientemente largo para que le callera por los hombros. Había alzado el brazo, como si saludara a alguien. La distancia se acortaba y el seguía sin poder reconocerla, entorpeciendo sus ojos miopes la penumbra del atardecer. Y finalmente la tuvo en frente. No se conocían. Ella era una ferviente católica, y lo había detenido para preguntarle cómo se sentía con respecto a su vida. Como la mayoría de las charlas sobre religión que había tenido en su vida, y una vez constatado que no se trataba de ninguna compañera de primaria que lo sorprendía transformada en una mujer, el muchacho trató el tema con toda la indiferencia y sinceridad de la que fue capaz. La mujer de rojo, contra su ateísmo, como una madre que sonríe frente a un disparate de su niño, lo invitó a visitarla. Una vez los ojos miopes dejaron el escote so

El cuaderno de notas

El cuaderno de notas es nuevo. Decora el centro de la tapa una Torre Eiffel en relieve, gris contra el fondo negro. Sorprende la calidad de la reproducción, calidad que invita a acariciar la cubierta buscando el detalle, como si se tratara de una cicatriz. El resto es negrura y homogeneidad solo interrumpida por la marca del cuaderno, blanco platinada, centrada en la parte baja de la contratapa, y el anillado, blanquísimo, enrulado sobre sí mismo en los extremos por una mano acostumbrada a arrancar hojas. Esas hojas, al igual que las que oprimen sobre el escritorio, están hambrientas de signos, lo que da la impresión de que el cuaderno ya ha cumplido su función principal: el significar un nuevo comienzo, por lo que ya no tiene nada de especial. Y en realidad, al contrario de la miniatura de bronce que reluce al otro extremo de la habitación, el cuaderno de notas no tiene nada de francés.