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Mostrando las entradas de 2014

El sacacorchos

El sacacorchos es un tirabuzón metálico que gusta de parecer infinito. La punta de su afilado apéndice ha evolucionado para penetrar en ángulo el corcho de la botella e, introduciéndose en él una vez aplicada cierta fuerza rotativa, dañarlo solo lo suficiente como para conseguir un anclaje firme que permita su extracción. El mango de madera tiene algunos cortes, lo que sugiere que durante mucho tiempo fue almacenado en un cajón totalmente diferente, y esa simpleza (a falta del aparato metálico de palancas) sugiere que otro sacacorchos ocupa ahora ese cajón, quizás más apto para tal univoca tarea. Aun así este exhibe otra marca irrefutable de su experiencia, una gota de sangre, más roja que cualquiera de los vinos de cualquier de las botellas que pudieran abrir alguna vez algún sacacorchos. El hierro de la sangre se ha unido al suyo, derramado por quien, perpetuando la negativa a cambiar los anteojos, ha vertido sangre y alguna que otra puteada. 

El revólver

El revólver es la ilusión de control para quien percibe su mundo como en permanente desintegración, y es, de todos los objetos que lo rodean, el más rememorado. Calibre 22 Corto, fue regalado por quien profesara los métodos más extremos de aplacamiento de la inseguridad, cayendo en manos de quien, de otra forma, nunca hubiese sabido de su existencia. De ese recuerdo de primer contacto solo quedaría una mirada rápida por la mira corta apuntando a la punta del propio pie, el traspaso de una mano a la otra estimando un peso, el giro tosco de la cámara y la contemplación del brillo plateado junto a una fuente de luz, pero nunca el quite del seguro. La curiosidad habría pasado, tan solo dejando una nefasta potencialidad.     De los seis espacios en su cilindro solo hay uno lleno, pero no podría precisarse cual. La única bala ha vuelto con insistencia a la mente (en conjunción con la fotografía de la laptop) de quien se esforzara por elegir una y otra vez la lentitud de la pipa y el entume

Llave

I La llave sirve tanto para abrir como para cerrar la puerta, siempre y cuando el diseño de la cerradura encaje con el de su serie de hendiduras. Estas hendiduras se extienden a ambos lados de la llave, lo cual, al girarla, permite mover el mecanismo de la cerradura y trabar o destrabar la puerta. Las alas, o cabeza de la llave, terminan en una pequeña loma que funciona de tope contra la cerradura y asegura el encaje. El cuerpo de la llave es un cilindro delgado y alargado, de punta redondeada, generalmente hecho de aleaciones de bronce y níquel, que no mide más de siete centímetros de longitud total. La cola de la llave es levemente más ancha que las alas, y permite tomarla entre el índice y el pulgar facilitando el movimiento giratorio. Adorna esta parte final (además de un pequeño agujero que permitirá su inclusión en un llavero) el nombre de la casa de cerrajería que la ha elaborado. II La cien alada de la llave impulsa la mano del portador hacia la cerradura. ¿Es

La parada

Se subió al colectivo con suma pesadumbre. No había llegado a tomar el anterior porque lo había visto salir a mitad de cuadra, porque estaba borracho, y porque la embriagues le había impedido acelerar el paso. El calor de múltiples respiraciones humanas lo envolvió rápidamente. Pasó la tarjebus haciendo un esfuerzo sobrehumano para restablecer momentáneamente su coordinación mano-ojo y se arrastró al único asiento vacío que quedaba, mientras una de las cejas del colectivero se alzaba en la penumbra de la cabina. Intentó mantenerse derecho para apaciguar el mareo y pispeó, automáticamente, a quienes lo rodeaban: la mayoría eran ancianos que  murmuraban entre ellos, o iban peleando o perdidos contra el sueño. Relajándose estiró las piernas. Se dio cuenta de que esto le hacía perder el equilibrio y volvió a flexionarlas. Advirtió que se había meado una zapatilla. Arrastró el pie meado contra el piso sin darle demasiada importancia y sintió como el colectivo desaceleraba. Se abrió la pue

Luego existo

El cigarrillo está ahí mientras mis ojos aprecien las sinuosas espirales de su humo. Cuando lo dejo en el cenicero para tomar el control, y no lo huelo ni lo veo, el cigarrillo deja de existir. Lo que existe (en ese entonces una propaganda de tampones) acapara todos mis sentidos, y le niega una existencia simultánea a lo que está más allá de ellos. No puedo oler los tampones, pero tampoco el humo de cigarrillo (porque aquel humo me ha negado la capacidad de sentirlo). La realidad, más allá de los rápidos cambios de cámara que se centran en aquel pequeño paquete rosado, desaparece. La voz de la mujer que asegura la absorción del producto se vuelve trascendente, crece y me inunda. No importa si me importa. La voz es todo hasta que silva la pava, y otro universo me pide inmediata atención. Olvido el cigarrillo y me concentro en el calor que emana de la manija de la pava. Las cosas se vuelven los agujeros negros en el centro de mi galaxia de sentidos.  Apago la hornalla mientras se de

Horizonte

I Ninguno de los dos ve las mismas estrellas, pero ambos existen. II El desierto es uno, sin estrellas, de varios posibles. III La arena no sabe de las estrellas sobre ella. IV Un desierto de estrellas brilla en la pupila del extrañado. 

Borges por Piglia

A fines de 2013: Las cuatro clases públicas del gigante y acético “león” Piglia sobre la memoria y biblioteca borgianas, fueron otro triunfante destello de argenta cultura sobre el olvido. En el escrutinio ciclópeo, de ceja asertiva se desnudó el enigma de aquel niño de Palermo que entre Buenos Aires y Ginebra, fue laberinto, bastón, y ceguera: un suspiro entre los dos desiertos de un reloj de arena.  Borges, por Piglia - Clase 1 - (07/09/13)  

The Cat Black

La figura de neón relampaguea ante la vista de nadie. Alucina su reflejo el lodazal portuario, mientras una marea de varones alcanza bajamar en colchones salobres. Las aguas vivas de sus ojos se han secado varadas en lo dorado de la malta. Y el gato negro titila y ronronea, y el crepúsculo asexuado le responde con barcos fantasmas de suspiros. 

La pipa

La pipa descansa de costado sobre la receta, inmaculada de tabaco, como si su último bautismo en whisky (para saborizar la madera) hubiese terminado por ahogarla. Su médula, astillada por los humores ajenos, terminó sucumbiendo a los errores de cálculo de una mano que la llenara una y otra vez, empujada por aquel mismo whisky bautismal. La ansiedad o el aburrimiento la ha llevado a un entierro prematuro, como al revólver con el que comparte sepulcro, cuyo humo, por el contrario, nunca se ha encendido en el paladar aunque no le haya faltado contemplación a la idea. Y aún así (tan cercanos y tan dispares) ambos han sido entregados al fumador por manos amigas. 

La Ginoidea: Cap. I (Superviviente)

Alzó la vista hacía la noche perpetua. La galaxia Andrómeda brillaba en el medio del cielo, en un ángulo de casi cuarentaicinco grados, detrás de la tenebrosa masa de nubes inmóviles. Se tomó las rodillas para levantarse y las sintió frías. Tomó impulso y se puso de pie. Desde la lejanía una tormenta de arena corría a su encuentro, rojiza y violenta, tapándole el horizonte. Intentó llamar por ayuda pero no salió sonido alguno. Se esforzó por comenzar a andar y sintió un fuerte dolor en la nuca que lo hizo tambalearse. Sintió el aire caliente que traía la tormenta y pronto buscó refugio. Veía piezas metálicas encendidas con fuegos azules todo a su alrededor, piezas irreconocibles cuyas almas de máquinas se extinguirían una vez que la tormenta barriera el lugar. No podía recordar su propia existencia, ni lo que lo había llevado allí, ni las instrucciones que debía seguir. Todo lo que le quedaba era refugiarse, por lo que rápidamente corrió hacía un túmulo de piezas metálicas y comenzó