En cada una de las tres fotos había un rostro diferente devolviéndole la sonrisa a la niña tras el velo y a luz del flash. Era la hermanita menor quien los fotografiaba, haciendo uso del oficio aprendido por la parte paterna, y perpetuando a su vez el registro histórico familiar. En cada una de las fotos estaba uno de sus hermanos. Estas iban de mayor a menor de acuerdo con el tamaño del foco y las edades, por lo que la primera mostraba a un muchacho de vello facial incipiente, un poco encorvado y de nariz aguileña, que dejaba notar la sobreabundancia de su última respiración antes del disparo. Estaba apoyado sobre un sillón viejísimo que posiblemente hubiese pertenecido al padre de su madre, tan monocromático como lo mostraba la foto a él mismo. Con otro fogonazo de luz se le empañaron los ojos al hermano segundo, que con sus gruesos lentes miraba fijamente el lente único, intentando no transpirar el pequeño traje que vestía, sin el menor éxito. Sus m...