Tras
posarse unos instantes sobre el hombro de la enorme estatua de bronce el diente
de león cae en espirales. Un niño lo observa ensimismado, desatendiendo el
helado de frutilla que poco a poco se calienta en su mano. Espera que el diente
de león vaya hacia él, puesto que no puede perseguirlo. Tras la barandilla
sobre la que observa, apenas más baja que él, el vacío se le interpone. La
estatua, aunque a su misma altura, parece flotar en el aire sostenida por una
delgada columna que se pierde en la distancia, mucho más abajo que las nubes
más altas. El suelo bajo los pies del niño también flota en la altura, inmóvil.
El diente de león planea débilmente sobre la base de la estatua y amenaza con
caer hacía las nubes, pero no lo hace. Un pequeño dirigible pasa tras la
estatua, silencioso en su avance, y se pierde nuevamente en la lejanía celeste.
El niño vuelve la atención al diente de león y lo encuentra a pocos palmos de
la barandilla. Estira su mano libre para tomarlo y sin querer deja caer su
helado. Allá abajo algún otro niño llorara lágrimas rosas por no poder alcanzar
a sus ídolos. Al abrir la mano advierte que el diente de león se ha aplastado,
pero aun así acude rápidamente a mostrárselo a su madre.
To Dylan Thomas, the bluffer. Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn. Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.
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