VII
El modelo del cerebro
“triúnico” propone, para explicar su evolución, una división del cerebro en
tres partes interdependientes, cada una con su propio tipo de inteligencia
especializada en el control de ciertos comportamientos. El mal llamado “cerebro
reptiliano” es una de estas divisiones (junto con el sistema límbico, o
“cerebro paleomamífero” y el neocórtex), e incluye el tronco encefálico y el
cerebelo, encargados, en primera instancia, del control de los músculos, el equilibrio
y las funciones autonómicas (latir del corazón, respiración). Y, según el
neurocientífico Paul D. MacLean, propulsor del modelo, encargados también de
los comportamientos más básicos para la supervivencia: agresividad, dominancia,
ritos de cortejo, territorialidad.
MacLean encuentra, a
través de la neuroanatomía comparativa, que la capa más primitiva o baja del
cerebro humano tiene un análogo en la estructura del cerebro de los reptiles,
en la que prima, y de allí le da su nombre. Si bien numerosos estudios
posteriores han encontrado que la complejidad del cerebro de aves y reptiles ha
generado estructuras análogas al cerebro paleomamífero, e incluso que el
neocórtex no es exclusivo de los grandes primates, la singular y elegante idea
de que nuestro cerebro evolucionó siempre hacia mayores niveles de complejidad,
de cuya cadena somos el último y univoco eslabón, es todavía ampliamente
aceptada. De alguna forma la agresividad que temimos de los reptiles durante millones
de años fue lo que nos permitiría defendernos de ellos. Haciendo uso de cierta
simbología oriental: el mono siempre tuvo algo de dragón.
Incógnita 5: ¿Cuáles
habrán sido los depredadores naturales de aquel último ancestro común entre
reptiles y mamíferos?
Aplicado este modelo
a cierto monstruo antes mencionado: ¿que es un zombi si no un ser humano que de
su cerebro triúnico solo conserva el reptiliano? Incluso el andar ofidio del
cadáver recuerda los pasos torpes de los grandes reptiles. Y el desencaje
mandibular… Allí habría tenido MacLean
todas las pruebas que necesitaba: ni la serpiente más estúpida gruñe
constantemente cuando caza.
La versión moderna
del zombi es siempre la de un anhelante, un mendigo: quiere consumir el cerebro
que no tiene en una suerte de torpe transubstanciación. En él se encarnan tanto
el miedo a la masificación, a la dilución de la individualidad, átomo primordial
de la sociedad moderna (estando la génesis del zombi íntimamente relacionada
con la esclavitud haitiana durante el siglo XVIII), como la crisis espiritual
que deviene de la imposibilidad de una sobrevida en términos religiosos tradicionales
(él es después de todo un “muerto viviente”).
Pero debe intentar
entendérselo, eso de morir y volver a la vida debe dejarlo a uno en un estado
lamentable. Debemos agradecer que la mayoría de ellos práctica, con mayor o
menor seriedad (siquiera por pura torpeza), cierto grado de celibato, sino bien
podrían ser el siguiente paso natural en la evolución del hombre.
El selénico reino de los hongos nos acerca un ejemplo de como otro ser vivo, además del párroco (cuyo estado vital es siempre debatible), puede controlar a otro a través de cuidadosa propagación de sus esporas. El hongo Ophiocordyceps unilateralis ha evolucionado la particular habilidad de parasitar cierto tipo de hormiga cambiando paulatinamente sus patrones de conducta. La patogénesis, que dura aproximadamente una semana, culmina con las mandíbulas de la hormiga asidas al revés de una hoja elevada. Allí la humedad y temperaturas óptimas permitirán al hongo desarrollarse con mayor facilidad. La hormiga, inmovilizada por el hongo, que a esa altura habrá empezado a reptar fuera de su cabeza, morirá allí mismo.
Pero este dominio no
es exclusivo, se ha descubierto que el hongo puede parasitar, con diferentes
grados de agresividad y control, a otras especies de insectos, e incluso de artrópodos.
Afortunadamente pierde efectividad rápidamente a medida que aumenta el tamaño
de su presa. Sus hábitats principales son las selvas tropicales de Tailandia y Brasil…
¿habrá llevado algún esclavista brasileño una dosis concentrada a Haití?
Otra noción que
atraviesa al desafortunado zombi (como los numerosos golpes de crowbar que ha recibido a lo largo de
los años o el O. unilateralis) es la
de “uncanny valley”. Propuesta por el
robotiscita Masahiro Mori el “valle de inquietud” refiere en estética a la
hipótesis de que réplicas de humanos que se le parecen, pero no son exactas, causan
desagrado e incomodidad a algunos observadores. Entre los ejes de familiaridad
y parecido humano, justo antes del punto más alto, es decir, justo antes de que
la réplica sea indistinguible de un humano, tiene lugar este curioso valle, del
cual el zombi es el máximo exponente.
El uncanny valley vendría a ser entonces
una pareidolia que no llega a resolverse, un reconocimiento del rostro del
otro, con el desagrado añadido de descubrir que este es un cadáver, y que se
mueve a pesar de que no debería, y de que viene por nosotros.
Observación 14: El
peor miedo del hombre seguirá siendo, en la medida en que la tecnología no le
permita la conquista, su propia mortalidad.
Incógnita 6: ¿Es
cuestión de tiempo?
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