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Máquinas Salvajes I

    I

En la superficie de Venus hay una máquina humana, o de origen humano, lanzada allí por la Unión Soviética en 1965. Su objetivo era hacer contacto con la infernal superficie venusiana. El aterrizaje ocurrió el 1 de marzo de 1966, y fue efectivamente el primer contacto de cualquier creación humana con otro cuerpo celeste.
Desafortunadamente el sistema de radiocomunicaciones falló antes de la entrada, y los datos recolectados nunca llegaron a la Tierra. No pudieron escapar de esa atmósfera de ácido sulfúrico 92 veces más densa que la de la Tierra. El metal de la sonda espacial Venera 3 no pudo aguantar los 462 °C de temperatura. La presión y el calor la derritieron a los pocos minutos. La primera máquina en hacer contacto con otro planeta, con aquella diosa romana, se desintegraba poco después.

Conclusión 1: La mayoría de los cuerpos celestes existen en un estado de violencia constante que imposibilita la existencia humana, y que incluso dificulta la existencia de sus instrumentos.

La búsqueda seria de vida en otros planetas se ha centrado, por extrapolación, en aquellos requisitos que se creen indispensables para la vida tal como la conocemos, entre ellos y quizás uno de los principales: la existencia de agua. Esta suposición ha impulsado la esperanzada exploración de múltiples cuerpos celestes, entre ellos el ferroso planeta marcial, Marte, y el sexto satélite de Júpiter, Europa, en los cuales se cree que el agua ha existido, o en el caso de la segunda, que todavía existe, bajo kilómetros de corteza congelada.
En el caso de Venus la única certeza es que un perpetuo efecto invernadero lo ha diezmado de toda biología que se asemeje a la nuestra.  

Conclusión 2: Solo criaturas inhumanas podrían vivir inmersas en esa violencia cósmica.

Los astrobiólogos han imaginado, en su acostumbrada vertiente surrealista, criaturas voladoras que pudieran existir en las zonas más altas del planeta (tanto en Venus como en el atormentado Júpiter), alejadas de la presión y la temperatura extremas. Criaturas como globos y como flechas aladas, que se alimentaran primero de la luz solar, y luego las unas de las otras.
Pero incluso asumiendo la posibilidad de formas de vida cuya biología se base en el carbono (como la nuestra) las formas que estas podrían tomar son, cuando se tabula la posibilidad de una árbol evolutivo radicalmente diferente desde sus raíces, inimaginables.

Conclusión 3: La Tierra es un cuerpo celeste que existe en un estado de violencia constante al que nos hemos acostumbrado.

La reticencia de la vida a perpetuarse impulsa al ejercicio imaginativo. Múltiples formas de vida terrestres han demostrado que las formas que toman los seres vivos superan una y otra vez las más salvajes especulaciones. Alcanza con nombrar solo dos: los Tardígrados, diminutos extremófilos que pueden vivir durante 30 años sin alimentarse, sobrevivir el vacío del espacio, y tolerar temperaturas desde los -272 °C a los 150 °C; y la Turritopsis nutricula, la medusa que puede revertir a voluntad su proceso de envejecimiento transformándose nuevamente en un pólipo. Lo que la vuelve, salvo por enfermedad o depredación, efectivamente inmortal.

Conclusión 4: Incluso en las esquinas más infernales de la Tierra, algo está vivo.

 Con semejantes antecedentes no resulta muy difícil imaginar una hipotética forma de vida venusiana ampliamente adaptada a tales condiciones particulares. Después de todo, su superficie venusiana está oculta a nuestros telescopios, y el 96% de su atmósfera está compuesta por dióxido de carbono.    
Bien podría tratarse de seres microscópicos, resistentes a la presión, que de alguna forma utilizaran la abundancia de dióxido para llevar a cabo su química biológica más básica. Bien podrían ser seres subterráneos, como se especula que son los europeos.  

Conclusión 5: La vida siempre encuentra una forma.

La disponibilidad de la carcasa fundida del Venera 3 podría servir de resguardo a una pequeña colonia de estos seres hipotéticos. De breve existencia pero de ferocísima multiplicación, podrían no tardar mucho (¿50 años?), si su biología los ayuda, en usar el satélite soviético como una especie de armadura.
Bien podría, ahora mismo, en la superficie de Venus, estar corriendo de un lado a otro un solitario caballero de armadura en constante estado de fundición.


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