IV
Una de las
explicaciones posibles de la presencia de la barba en el hombre como característica
sexual secundaría es su función en la protección del cuello y la mandíbula, no
de la mordida de la mujer necesariamente, sino de los golpes de otros machos,
por eso su particular patrón de crecimiento: terminar con una mandíbula rota
implicaba para el hombre primitivo el fastidio de morir de hambre, lenta y
dolorosamente.
Otra de sus
funciones, que también la aúna a las facultades de la melena en los leones, es
la de ser señal de madurez sexual y dominancia, al aumentar el tamaño virtual de
dicha mandíbula.
Observación 12: Son
muy pocos los homínidos que se dignan a dejar de golpearse, afeitarse, y hablar
con las mujeres.
La testosterona es la
hormona responsable del comportamiento agresivo de los machos de todas las
especies de mamíferos, y uno de los factores que contribuye al crecimiento del
bello facial, el otro principal siendo la predisposición genética. La
existencia de esta predisposición pone en evidencia que la barba es una característica
secundaria mayoritariamente positiva a los ojos de la mujer: la mayoría de la
gente puede crecer una barba porque es un rasgo deseable, que se ha ido
dispersando y heredando en sucesivas iteraciones.
Desde la antigüedad
nos llegan numerosísimos ejemplos de esta tendencia heredada por golpearse y
crecer barbas.
Cita 2: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis
sit non novit. (Plauto: Asinaria) Lobo es el hombre para el hombre, y no
hombre, cuando desconoce quién es el otro.
La épica homérica ya nos cuenta sobre
fabulosos guerreros barbados y su predisposición a la violencia semi-fortuita,
que a través de sus dioses (también barbados) volvían de relevancia cósmica. Todo
Troya es al fin y al cabo un complejo concurso de medición de barbas. O de
espadas. O de lanzas. O de amor por las barbas o las espadas o las lanzas de
los compañeros.
Curiosamente la etimología
de la palabra bárbaro, de origen
convenientemente griego, nada tiene que ver con la de barba, sino que surge de los desentendimientos con los persas, cuyo
habla extranjero sonaba en oídos griegos como la repetición constante de la onomatopeya
bar- bar. No sorprenderá a nadie
entonces que la mayoría de las grandes guerras de la antigüedad griega solo hayan
arrojado dos tipos de enemigos: los mismos griegos, o los Otros, los alienígenas,
los persas.
El recuento de cada uno de los Aqueos en cada una de sus 1186 naves no solo enumera hombres y mujeres, complejísimas máquinas biológicas, sino también potenciales máquinas de guerra. Depredadores de depredadores.
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