El
revólver es la ilusión de control para quien percibe su mundo como en
permanente desintegración, y es, de todos los objetos que lo rodean, el más
rememorado. Calibre 22 Corto, fue regalado por quien profesara los métodos más
extremos de aplacamiento de la inseguridad, cayendo en manos de quien, de otra
forma, nunca hubiese sabido de su existencia. De ese recuerdo de primer
contacto solo quedaría una mirada rápida por la mira corta apuntando a la punta
del propio pie, el traspaso de una mano a la otra estimando un peso, el giro
tosco de la cámara y la contemplación del brillo plateado junto a una fuente de
luz, pero nunca el quite del seguro. La curiosidad habría pasado, tan solo
dejando una nefasta potencialidad.
De los seis espacios
en su cilindro solo hay uno lleno, pero no podría precisarse cual. La única
bala ha vuelto con insistencia a la mente (en conjunción con la fotografía de
la laptop) de quien se esforzara por elegir una y otra vez la lentitud de la
pipa y el entumecimiento de la bebida para paladear su final. Por ello el
sacacorchos a su lado a vertido más sangre que él, y aún más sangre divina.
To young Mark. Always with one hand ocuppied. Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light. Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold. Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once. Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.
Comentarios
Publicar un comentario