El
revólver es la ilusión de control para quien percibe su mundo como en
permanente desintegración, y es, de todos los objetos que lo rodean, el más
rememorado. Calibre 22 Corto, fue regalado por quien profesara los métodos más
extremos de aplacamiento de la inseguridad, cayendo en manos de quien, de otra
forma, nunca hubiese sabido de su existencia. De ese recuerdo de primer
contacto solo quedaría una mirada rápida por la mira corta apuntando a la punta
del propio pie, el traspaso de una mano a la otra estimando un peso, el giro
tosco de la cámara y la contemplación del brillo plateado junto a una fuente de
luz, pero nunca el quite del seguro. La curiosidad habría pasado, tan solo
dejando una nefasta potencialidad.
De los seis espacios
en su cilindro solo hay uno lleno, pero no podría precisarse cual. La única
bala ha vuelto con insistencia a la mente (en conjunción con la fotografía de
la laptop) de quien se esforzara por elegir una y otra vez la lentitud de la
pipa y el entumecimiento de la bebida para paladear su final. Por ello el
sacacorchos a su lado a vertido más sangre que él, y aún más sangre divina.
To Dylan Thomas, the bluffer. Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn. Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.
Comentarios
Publicar un comentario