El
sacacorchos es un tirabuzón metálico que gusta de parecer infinito. La punta de
su afilado apéndice ha evolucionado para penetrar en ángulo el corcho de la
botella e, introduciéndose en él una vez aplicada cierta fuerza rotativa,
dañarlo solo lo suficiente como para conseguir un anclaje firme que permita su
extracción.
El
mango de madera tiene algunos cortes, lo que sugiere que durante mucho tiempo
fue almacenado en un cajón totalmente diferente, y esa simpleza (a falta del
aparato metálico de palancas) sugiere que otro sacacorchos ocupa ahora ese
cajón, quizás más apto para tal univoca tarea.
Aun
así este exhibe otra marca irrefutable de su experiencia, una gota de sangre,
más roja que cualquiera de los vinos de cualquier de las botellas que pudieran
abrir alguna vez algún sacacorchos. El hierro de la sangre se ha unido al suyo,
derramado por quien, perpetuando la negativa a cambiar los anteojos, ha vertido
sangre y alguna que otra puteada.
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