V
En el contexto del
planeta Tierra el depredador siempre ha sido una máquina bastante particular. Parte
de una élite condenada a ser siempre menos que lo que caza y a sufrir las
constantes inclemencias que devienen de que el alimento se niegue persistentemente
a morir. Claro está, exceptuando al hombre, que en la modernidad ha escalado el
proceso hasta transformarlo en una orgía de máquinas mecánicas y biológicas que
se vuelven por momentos indistinguibles.
Pero a este poco
elegante modus operandi le debemos
bastante más de lo que nos llevamos a la boca.
Observación 13: Afortunadamente,
la mayor parte del género humano ha llegado al punto en que puede dedicarle más
tiempo a pensar que a tener hambre.
La historia de la
vida en la tierra es una historia del paulatino aumento de la complejidad. Basta
ahondar en los orígenes posibles de las primeras células. La carrera por la
supervivencia que impulsó la depredación de otro organismo contribuyó
enormemente a este aumento de la complejidad. Resultó que era más efectivo
devorar a otro y todo lo que a este lo conformaba que tomar la misma energía
del ambiente. O en última instancia, era preferible absorberlo, como proponen
las teorías simbiogenéticas: la fusión biológica de al menos dos organismos
procariotas diferentes (una arquea y una bacteria), podría haber dado origen a
la primeras células eucariotas, células con núcleo definido, de las que somos,
a través de una cuasi-impenetrable maraña de azares, descendientes directos.
Podría incluso aventurarse
la idea de que esta recursividad de la biología terrestre por vivir a través de
la muerte de otros no es universal, en el sentido cósmico. Una raza de
extraterrestres paliduchos podría haber alcanzado la sapiencia haciendo uso
exclusivo de la energía solar, así elidiendo la destrucción de cualquier otra
forma de vida.
Incógnita 4: ¿Cuan
terribles resultaríamos para estos seres?
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