7:15 AM. Anton amanece sintiendo las finísimas
garras de Kardia, su gata, que al atravesar las frazadas se anclan en su pecho.
La corre de un manotazo y tras tomar el celular de la mesita de luz, confirma
que está retrasado. Kardia debió haberse subido a ella para llegar a la cama,
desactivando en su camino la alarma.
Se
incorpora y le lanza una chinela tras tomarla del suelo. Se frota la cara y
siente los primeros escalofríos del día. Salta fuera de la cama y tras calzarse
una chinela va a buscar la otra. Entre chuchos llega al baño. Corrobora la
inmutabilidad de su pelo negro, la marca de la almohada en su mejilla izquierda
y sus diminutos y cansados ojos verdes le devuelven la mirada. Siente el
correr del agua tibia entre sus dedos y en un movimiento rápido se empapa la
cara. Dando saltos se viste con lo que encuentra a su paso. Antes de ponerse la
campera de cuero, que entrevió en el placard sin puertas, abre la única ventana
de la pieza para que la nube de humo de cigarrillo siga su curso. Antes de
transponer el umbral de la puerta acaricia, sin percatarse, el estuche donde
guarda su saxo. A medio camino del “Super Sierra”, donde trabaja durante la
temporada alta (allí en Sierra de la Ventana), advierte, apretando el manubrio
de la destartalada Zanella, que se olvidó de dejarle comida a Kardia.
Llega
al super. Se cambia con la ropa de trabajo en el baño del personal, trabando
antes la puerta. La chomba azul le queda enorme como de costumbre. Sale
dispuesto a asumir su posición cuando el gerente lo sorprende y le pide en su
dialecto coreano-español que se encargue de la caja rápida. Allí se dirige.
Tras preparar el puesto y confirmar la poca importancia de su posición un
martes a la mañana, nota la falta de una compañera.
Son 10:55 y entre cliente y cliente se
detiene a pensar alternativamente en la chica paraguaya que faltó y en su gata
hambrienta. Una mujer gordísima corta su hilo de ideas con varios paquetes de
papas fritas y un apellido de socia, que al saltar en la pantalla, le resulta
impronunciable. La
caravana de comida chatarra continua durante varios minutos hasta que pasa por
el escáner el último paquete de salchichas y se introduce cordialmente el
próximo cliente. Es un tipo alto de ojos grises que lleva pastas frescas, salsa
y algunos condimentos. Presumiblemente de una familia típica de cuatro, él en
algún sector de salud, minucioso en cuanto a lo que deja entrar a su cuerpo. Al
no ser socio su nombre no figura en la pantalla. Antes de dejar el supermercado
el sujeto lo mira con curiosidad, como si se esforzara por recordarlo, y Anton,
tímido por naturaleza, se empequeñece en su puesto. Algunos
clientes más y volverá a pensar en la chica paraguaya con la que solía manosearse
en el baño del personal.
01:32 PM, y Anton embolsa rápidamente los
productos del último cliente antes de cerrar la caja. Tanto pensar en la
muchacha ausente le enervó el espíritu. Se cambia velozmente y salta sobre
su Zanella. Llega al departamento para descubrir que Kardia ha cazado una paloma
blanca, y la devora, golosa, en medio de la cama de dos plazas. Indiferente
Anton se dirige al placard y luego al baño. La chica paraguaya
se había olvidado un cancán y Anton intentaba extraer de su elástico material
negro todo el perfume de su piel.
Tras
cerrar la tapa del inodoro y lavarse las manos recordó a la paloma muerta.
Corrió a la habitación y tomando a la gata por detrás la depositó en el suelo.
Quitó la sabana y tiró al ave destrozada a la basura. Hizo un bollo con la
sabana y la metió a presión en el lavarropas. Buscó la bolsa de alimento de
Kardia y la inclinó sobre su tazón, dejándola fluir. Tomó algunas salchichas frías
de la heladera y las devoró velozmente. Tras desvestirse se enrollaría en las
frazadas hasta algunas horas después.
04:20 y lo despertó la alarma que había puesto
antes de caer dormido. Kardia estaba acurrucada a sus pies, y una suave briza
se colaba desde la ventana todavía abierta. Abrió el cajón de su mesa de luz y
tomó un atado de Lucky Strike. Encendió un cigarrillo mientras estiraba las
piernas. Había dado cuatro o cinco pitadas cuando decidió que el clima era lo
suficientemente bueno como para ir a tocar a la plaza. La siesta lo había rejuvenecido,
por lo que apagó el cigarrillo tempranamente y se vistió sin el mínimo
esfuerzo. Acarició a la gata, que le dedicó un débil ronroneo, y tomó la correa
del estuche, tirándoselo al hombro. Antes de salir se miró al espejo como quien
se prepara para la puesta en escena de su vida, y luego buscó su gorro de contribuciones.
A pesar
de que la plaza estuviese prácticamente vacía ese día de invierno, nada le
impidió repasar los éxitos de Charlie Parker y Michel Portal. Tocó mirando
hacia la torre del reloj, en el centro de la plaza, hasta que le dolieron las
piernas. Y en un arrebato de auto publicidad decidió ir a tocar su saxo a las
hamacas.
05:16 se le acercó un tipo macizo de rostro
sonriente que le dejó cincuenta pesos. Entre la tentación de verlo al rostro y
agradecerle y seguir tocando para hacer valer su incentivo, Anton eligió la
segunda, viendo de reojo como el diminuto hombre de sobretodo se alejaba
rápidamente.
A sus
28 años Anton ya había sobrevivido un infarto, por lo que, tras repasar todo su
inventario musical, su capacidad pulmonar dejaba que desear. El segundo
cigarrillo que encendió ese día (sin contar las pitadas que había robado en el
descanso a sus compañeros del super) lo obligo a hacer un lado su instrumento.
Al arrojar la colilla en el cantero decidió que se merecía un trago.
Pasadas
las 07:00 PM entró en el bar un tipo
petizo y oscuro. Anton llevaba allí algunos minutos, en una de las mesitas del
fondo, con un Gin Tonic que se pasaba de mano en mano. Tras esforzarse por
alzar la mirada Anton lo reconoció. Era el tipo que le había dejado los
cincuenta. Bajó la vista y la curiosidad la volvió a alzar. El tipo era claramente
italiano, y estaba hablando en voz baja con otro. Intentó oírlos hasta que se
le terminó el trago. Y luego fueron y vinieron dos Gin Tonics más. Su estómago
vacío le facilitó, junto con el alcohol, el recuerdo de la paraguaya, e intentó
sin el menor éxito no desanimarse. Recordó a su madre, fallecida hacía tiempo,
y pensó en llamar a su padre a primera hora el día siguiente. Vio al italiano
alejarse en la neblina, entre luces y sombras. Unos momentos después solo
quería arrastrar su moto hasta su mugriento depto. y dormir para vivir un día
más.
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