La
lamparita de 60 watts todavía esta tibia tras haber iluminado el centro del
escritorio. Su foco gris, fantasmal en la penumbra reinante, había sido
reemplazado una y otra vez ante la falla de corriente en el interruptor. El
cuello de la lámpara, que hasta hacía algunos meses había resistido los
caprichos de la redirección, se había contracturado en un ángulo que hacía
necesario mover todo el aparato, desde su base, allí mismo sobre el escritorio.
Ese
foco gris, o alguno anterior, había presenciado hacía algunos meses, entre
luces y sombras, un acto de infidelidad. Una sombra negra se había inclinado
frente a un hombre entrado en años, y al contrario de la lámpara, ésta había
estirado el cuello sin dificultad.
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