Hoja en
blanco. El perro negro ladra a los hombres vestidos de rojo. Ladra, para quien
lo viera en la distancia, a coloridos globos rojos, flotando a algunos pies del
suelo, empujados por una perfecta briza invernal. La baba del perro cae sobre
el terso césped verde. Las gotas caen espesas y reposan sobre la superficie
elástica de la hierba. Algunas de ellas son rápidamente absorbidas y robándole
al césped su tinte azulado reflejan el océano en la altura. Saltando de diestra
a siniestra el perro no deja de ladrar a aquellos que ahora se internan en un
inmenso campo de girasoles. Los girasoles parecen seguirlos con la mirada,
formando tres círculos que se desplazan junto a ellos. Asoma el hocico del
perro cada vez que intenta saltar sobre los gigantes dorados para no perder de
vista los globos. Los hombres se detienen al ingresar en un triángulo de tierra
sin girasoles. En medio del triángulo se yergue una columna de marfil blanco,
de la misma altura que los girasoles, y sobre ella un alfiler, blanquísimo también,
que flotando a un palmo de la columna apunta al norte. El perro deja de ladrar.
Los globos se acercan al alfiler sin detenerse y formando fila se presionan
unos a otros contra el extremo sin punta. Una vez que todos reventaron el perro
orina la columna.
To young Mark. Always with one hand ocuppied. Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light. Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold. Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once. Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.
Comentarios
Publicar un comentario