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Llave

I La llave sirve tanto para abrir como para cerrar la puerta, siempre y cuando el diseño de la cerradura encaje con el de su serie de hendiduras. Estas hendiduras se extienden a ambos lados de la llave, lo cual, al girarla, permite mover el mecanismo de la cerradura y trabar o destrabar la puerta. Las alas, o cabeza de la llave, terminan en una pequeña loma que funciona de tope contra la cerradura y asegura el encaje. El cuerpo de la llave es un cilindro delgado y alargado, de punta redondeada, generalmente hecho de aleaciones de bronce y níquel, que no mide más de siete centímetros de longitud total. La cola de la llave es levemente más ancha que las alas, y permite tomarla entre el índice y el pulgar facilitando el movimiento giratorio. Adorna esta parte final (además de un pequeño agujero que permitirá su inclusión en un llavero) el nombre de la casa de cerrajería que la ha elaborado. II La cien alada de la llave impulsa la mano del portador hacia la cerradura. ¿Es ...

La parada

Se subió al colectivo con suma pesadumbre. No había llegado a tomar el anterior porque lo había visto salir a mitad de cuadra, porque estaba borracho, y porque la embriagues le había impedido acelerar el paso. El calor de múltiples respiraciones humanas lo envolvió rápidamente. Pasó la tarjebus haciendo un esfuerzo sobrehumano para restablecer momentáneamente su coordinación mano-ojo y se arrastró al único asiento vacío que quedaba, mientras una de las cejas del colectivero se alzaba en la penumbra de la cabina. Intentó mantenerse derecho para apaciguar el mareo y pispeó, automáticamente, a quienes lo rodeaban: la mayoría eran ancianos que  murmuraban entre ellos, o iban peleando o perdidos contra el sueño. Relajándose estiró las piernas. Se dio cuenta de que esto le hacía perder el equilibrio y volvió a flexionarlas. Advirtió que se había meado una zapatilla. Arrastró el pie meado contra el piso sin darle demasiada importancia y sintió como el colectivo desaceleraba. Se abrió la...

Luego existo

El cigarrillo está ahí mientras mis ojos aprecien las sinuosas espirales de su humo. Cuando lo dejo en el cenicero para tomar el control, y no lo huelo ni lo veo, el cigarrillo deja de existir. Lo que existe (en ese entonces una propaganda de tampones) acapara todos mis sentidos, y le niega una existencia simultánea a lo que está más allá de ellos. No puedo oler los tampones, pero tampoco el humo de cigarrillo (porque aquel humo me ha negado la capacidad de sentirlo). La realidad, más allá de los rápidos cambios de cámara que se centran en aquel pequeño paquete rosado, desaparece. La voz de la mujer que asegura la absorción del producto se vuelve trascendente, crece y me inunda. No importa si me importa. La voz es todo hasta que silva la pava, y otro universo me pide inmediata atención. Olvido el cigarrillo y me concentro en el calor que emana de la manija de la pava. Las cosas se vuelven los agujeros negros en el centro de mi galaxia de sentidos.  Apago la hornalla mientras s...

Horizonte

I Ninguno de los dos ve las mismas estrellas, pero ambos existen. II El desierto es uno, sin estrellas, de varios posibles. III La arena no sabe de las estrellas sobre ella. IV Un desierto de estrellas brilla en la pupila del extrañado. 

Borges por Piglia

A fines de 2013: Las cuatro clases públicas del gigante y acético “león” Piglia sobre la memoria y biblioteca borgianas, fueron otro triunfante destello de argenta cultura sobre el olvido. En el escrutinio ciclópeo, de ceja asertiva se desnudó el enigma de aquel niño de Palermo que entre Buenos Aires y Ginebra, fue laberinto, bastón, y ceguera: un suspiro entre los dos desiertos de un reloj de arena.  Borges, por Piglia - Clase 1 - (07/09/13)  

The Cat Black

La figura de neón relampaguea ante la vista de nadie. Alucina su reflejo el lodazal portuario, mientras una marea de varones alcanza bajamar en colchones salobres. Las aguas vivas de sus ojos se han secado varadas en lo dorado de la malta. Y el gato negro titila y ronronea, y el crepúsculo asexuado le responde con barcos fantasmas de suspiros. 

La pipa

La pipa descansa de costado sobre la receta, inmaculada de tabaco, como si su último bautismo en whisky (para saborizar la madera) hubiese terminado por ahogarla. Su médula, astillada por los humores ajenos, terminó sucumbiendo a los errores de cálculo de una mano que la llenara una y otra vez, empujada por aquel mismo whisky bautismal. La ansiedad o el aburrimiento la ha llevado a un entierro prematuro, como al revólver con el que comparte sepulcro, cuyo humo, por el contrario, nunca se ha encendido en el paladar aunque no le haya faltado contemplación a la idea. Y aún así (tan cercanos y tan dispares) ambos han sido entregados al fumador por manos amigas.