El
modular perteneció a un famoso pintor que en cierto momento de su vida no tuvo más
remedio que vendérselo a un amigo. Este, en un gesto de piedad hacia un
desafortunado, lo compro por el doble del precio que le solicitaron. Dicho
pintor sería uno de los pocos que periódicamente visitaran esa habitación, dispuesto
a compartir una sonrisa y a alzar un vaso para mojarse los labios, siempre con
la mano izquierda.
De
madera suave y clara, el modular es tan ancho que ocupa la mitad de la pared
sobre la que esta apoyado. Sin demasiadas divisiones en pos de ser espacioso tiene,
en la parte superior, tres estantes horizontales, cubiertos por dos puertitas
de vidrio. La parte inferior la componen otras dos divisiones interiores, bajo
las anteriores pero más reducidas y altas, y una serie de cuatro cajones a la
derecha. No cuesta demasiado inferir, por el colorido que se transluce a través
de las puertitas, que en sus intrincadas entrañas guarda toda clase de memorias.
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