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El techo

El techo amarilleció de humo de cigarrillo. En los cielorrasos se aprecia la gradación del blanco ahumado con el blanco original, y a la vez con el nuevo blanco de las paredes recién pintadas. En las esquinas la perspectiva engaña, y parecieran verse tonos grises, justo allí donde parten las tres líneas que formarían un triángulo imaginario teniendo como base el rostro del observador.
A fuerza de apreciaciones estéticas ajenas hace ya décadas que se han cubierto las vigas, pero aun así quien pasa el mayor tiempo bajo ellas continúa imaginándolas sobre su cabeza. Sus ojos intentan ir más allá de la inalterable superficie amarillenta y penetrar la madera, la teja, la noche, el cielo. Como si quisiera, casi obsesivamente, llenar el vacío. Más de una vez se ha alzado la vista hacía ese vacío desde otro: el de la hoja en blanco.

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  To young Mark. Always with one hand ocuppied.   Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light.   Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold.   Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once.   Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.

Millennial 15 (La niña lunar)

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