Solo
tres de la media docena de vasos de whisky han escapado al polvo, y dos de
ellos han sido utilizados no hace demasiado. Uno de los dos tiene marcado medio
beso de mujer, y su huida apresurada fuera del modular, desde el fondo del
estante, ha dejado desgarrada la superficie polvorienta. El otro reluce a pesar
de las manchas de agua. Pareciera que lo han refregado a más no poder.
La
base de los vasos es gruesa y circular, del tamaño ideal para sostenerse cómodamente
en la mano y a la vez mantener el frío de la bebida. Aun así su falta de altura
hace que en ocasiones alguna gota alcance la libertad. Vasos diseñados para
beber sin apuro, solo los decora una línea plateada apenas por sobre la base,
que debiera marcar la altura de una medida, y que ha sido transgredida
demasiadas veces. En tales ocasiones, como el hielo al whisky, quien quisiera
enfriarse sería el bebedor.
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