La
hoja en blanco esta doblada sobre si misma, abrazada a otras. Allí, sobre el
escritorio y bajo un cuaderno de notas, espera desnuda. Será la primera de sus hermanas
en embarazarse de vidas ajenas, pero la espera la hiere, de allí la necesidad
del abrazo.
Inmaculada y devota, su palidísima piel
tiembla frente a la idea de tatuarse la palabra de su dios. Tiembla frente a la
idea de ser vacío primigenio, de ser el recipiente de otro mundo. Tiembla
porque la mano divina ya la ha sostenido, y ella no ha sentido nada. Y sobre
todo tiembla porque a pesar de la briza que se filtra en el cuarto, está
juntando polvo.
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