El
cenicero es un círculo de mármol perfecto, con cuatro hendiduras como puntos
cardinales. En dichas hendiduras se ha balanceado el vientre de los cigarrillos
cuando ambas manos estaban ocupadas o, como fue común en este caso, cuando se requirió
del tiempo para ojear fugazmente un libro.
En
íntima relación con el cesto de la basura en el cual vomita el humo que no fue,
y para el cual funciona de ceniciento intermediario, el cenicero no es más que tránsito:
de la ceniza a la basura, del humo al pulmón. Cómodamente ubicado a la diestra
de quien se sentara en la silla del escritorio, sabe que es uno más de una
serie que cederá frente a las inclemencias de los calores ajenos. Y aun así la
costra de cenizas que hace meses se va acumulando en él, molécula por molécula,
y las últimas dos colillas que lo tienen por lugar de descanso final, son
suficientes para darle sentido.
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