Escarba y escarba, pero no tarda mucho en
perder las esperanzas, baja las colas. Vuelve a mirar con todos sus ojos al
mar, ahí tampoco hay nada, no hay cambios en su espectro de luz visible, ni en magnetismo,
ni en temperatura. Por aburrimiento decide no se darse por vencido. Escarba un
poco más y finalmente encuentra el nido de pólipos. Los olfatea cuidadosamente
para asegurarse de que son lo que creen que son. Una vez convencido, allí con
la cabeza metida en el poso, dispara el ácido desde su palpo. Los pólipos
pierden su vivido color verde y se retuercen hasta quedar hechos una masa
amarilla, que él luego absorbe con su alargado apéndice de artrópodo. Pero un
chirrido ensordecedor interrumpe su comida. Al levantar la cabeza se da cuenta
de que el mar negro ha retrocedido varios kilómetros, y lo sigue haciendo.
Mueve la cola a más no poder y recuerda fugazmente que lo que había seguido en
un principio era ese mismo chirrido. Un cráter de arena transparente se abre
frente a sus múltiples ojos, bordeado por sus pisadas. En lo más profundo del
horizonte llega a ver una selva de enormes agujas metálicas, de diferentes
alturas, antes escondidas bajo el nivel del mar. Los campos magnéticos
alrededor de ellas twists and transforms,
formando una cúpula que se pierde en el cielo. Inmediatamente comienza a correr
en esa dirección, saltando a través de la ondulada geografía que ha dejado el
descenso del agua, pero lo detiene en seco una explosión de temperatura como no
ha sentido nunca antes. Una de las agujas vibra en la distancia emitiendo una
luz azul tan potente que llega a bañarlo a él mismo, y de un segundo para otro
se pierde entre las nubes.
To young Mark. Always with one hand ocuppied. Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light. Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold. Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once. Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.
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