Alrededor de una galaxia espiralada orbita
una joya dorada, con forma de globo: a globular
star cluster. Su color es la mescla de las luces de miles de estrellas
viejitas, que nunca fueron lo suficientemente grandes to rock the night sky. Una al lado de la otra, tan cerca que no
entra entre ellas ni siquiera un planeta, con tal gravedad que no se les escapa
ni siquiera una piedrita, se abrazan como quien se despide de quien viene de visita
desde muy lejos. Pero ellas nacieron todas en la misma nébula, y en el enorme
vacío entre galaxias flotan como una boya dorada, marcando cuando empieza el deep space, o cuando tal o cual
civilización se ha vuelto inter-galáctica.
A diferencia de la ordenada rotación
siguiendo el ecuador solar, a la que estamos acostumbrados, estas viejas estrellas
se orbitan las unas a las otras en todas direcciones. Como abejitas doradas, se
comunican las unas con las otras a través de un baile complicadísimo, empujando
la órbita elíptica a su límite matemático.
Si uno consiguiera arrancarle a las leyes de
la física un pequeño planeta que sobreviviera al terrible abrazo de las hermanas,
podría también intentar imaginarse un mediodía bajo la luz de 100.000 soles. Una
visión imposible, que se hace más fácil si uno hace el esfuerzo de observarlas
desde la seguridad de la oscuridad cósmica: una visión que da la ilusión de
soledad, cuando en realidad se trata de cientos de abuelas-hermanas, bailando
en el cielo el paso de sus días. Como un globo dorado, lleno de abejas felices.
Miel para los ojos.
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