En 1888 pasaron pocas cosas memorables: un filósofo alemán escribió su última obra y se internó por locura sifilítica, un impresionista se cortó una oreja, un poeta nicaragüense le puso a su obra un nombre que también es un color, se inventó el submarino y una rueda de goma, y hubo un terremoto flojito en el Río de la Plata. Nada la gran cosa, y quizás de todas ellas, la más nimia es la que mantiene a Ferdinand van Blue encerrado en su casa. Han nevado ciento veinte centímetros en cuatro estados estadounidenses, y Connecticut se ha llevado la peor parte. Sumando a los vientos de setenta kilómetros por hora no podía ni abrirse una ventana para ver el estado de la situación, y la situación de Ferry (como lo llaman sus pocos amigos) no podía ser, justamente, mucho peor.