En
1888 pasaron pocas cosas memorables: un filósofo alemán escribió su última obra
y se internó por locura sifilítica, un impresionista se cortó una oreja, un
poeta nicaragüense le puso a su obra un nombre que también es un color, se
inventó el submarino y una rueda de goma, y hubo un terremoto flojito en el Río
de la Plata. Nada la gran cosa, y quizás de todas ellas, la más nimia es la que
mantiene a Ferdinand van Blue encerrado en su casa. Han nevado ciento veinte
centímetros en cuatro estados estadounidenses, y Connecticut se ha llevado la peor parte. Sumando a los vientos de
setenta kilómetros por hora no podía ni abrirse una ventana para ver el estado
de la situación, y la situación de Ferry (como lo llaman sus pocos amigos) no
podía ser, justamente, mucho peor.
To Dylan Thomas, the bluffer. Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn. Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.
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