I can’t feel pain, I can’t feel fear. Una
gota de sangre cae de la mano de un infante. El puño se mantiene firme en el
aire, todavía apretado. Ha roto una ventana sin motivo aparente. Quizás eyaculó
algo de la furia que heredo de sus padres, furia con la que se siente hermanos,
furia sinsentido, tan pura como él mismo. Quizás se devolvió la mirada en la
superficie espejada, y no se reconoció, o quizás vio que alguien lo miraba
detrás de su mirada.
La
gota cae roja, el suelo vibra de pisadas y corridas cuando llega a él, el aire
entre el puño y el suelo está caliente de risas y regaños, la gota cae por la
misma gravedad que encorva los hombros del niño cuando se da cuenta de lo que
ha hecho. Blood, milk & sky. La lágrima más pura es la que ya ha sido
derramada, y no hay alarido más grave que el de una juventud que odia todo en
lo que se transformará. Las vidas pasadas le escapan por la boca (death before I get dishonored): el niño
cae rojo, y todo es “a tale told by an
idiot, signifying nothing”.
La
sangre se oxida, como lo ojos del niño, se marchita como una manzana, pero permanece. Al
poco tiempo deja de vibrar, aunque los pies que se mueven a su alrededor crecen
en número. Algunos trocitos del vidrio de la ventana le hacen compañía, pero están
demasiado adoloridos por la caída como para reflejar alguna imagen
significativa. Algunas sombras los rodean como a una fogata, en un baile al que
cada vez se unen sombras más altas. El puño sigue apretado. Pasan las horas. El
puño se abre entre sábanas blancas. Una mosca escapa. They cannot make a worm, and yet they will be making gods by dozens.
El buzo hizo fast
forward en las últimas escenas.
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