En una infinidad
blanca flota una mujer rubia, en posición fetal. Desnuda salvo por un par de
medias de encaje rojas, mantiene sus enormes ojos ámbar perdidos en la nada que
la rodea (Coagula). Las líneas de su palidísimo cuerpo se pierden contra el vacío
mientras continua su deriva inalterable, hasta que una ceja se alza, y la
cabeza la acompaña reprobatoria, como si se acabara de escuchar una estupidez:
- Todavía no
entiendo porque no cogieron.
- Tenía hambre.
Algunas cosas son más necesarias que otras.
- Igualmente, ¿no
podías cogerla y después comértela?
- No pude contenerme.
Raramente encuentro presas tan apetitosas.
- No tenés remedio
cornudo… bueno, ahora me toca a mí. Te voy a contar de la vez que chupe una
pija en frente de millones de personas.
- ¿Millones?
La pregunta llega
desde otra infinidad, emitida por un ser que no puede describirse a sí mismo, y
que por lo tanto permanece invisible a la imaginación de la mujer, que solo se
figura cuernos (Solve).
- Quizás más.
Estaba tirado en el sillón de la casa del último hombre que tomé. Tuve el
capricho de ver que se sentía ser gordo, porque no pude recordar si alguna vez
lo había sido, así que dejé el cuerpo de la adolescente en la que estaba antes
y me metí en un hombre de familia. El pobre tipo estaba en tan mal estado que
después de matarlos a todos me quedé sin aire. Prendí el televisor y pasé
canales para hacer tiempo…
- ¿Televisor?
¿Otra máquina humana?
- Como explicarte…
Es como las dimensiones. Es como tener un ojo que en un parpadeo puede pasar de
una a otra, con la excepción de que en todas hay humanos.
- Fascinante.
- No te creas, la
mayoría de las veces suele ser insoportablemente aburrido. Todo el tiempo se
lamentan falsamente de muertes insignificantes y se la pasan quejándose de la
economía y de sus políticos.
- Sí, sí, ya me
hablaste de su economía y sus “potílicos”.
- Bueno, la
cuestión es que mientras cambiaba canales me encuentro con uno de noticias que me
llama la atención. Una mujer de piel oscura sostiene con firmeza un micrófono a
centímetros de un escote que me golpea como una cachetada. No tengo idea de
dónde están, pero hace un calor infernal, y veo una gota de sudor que le
resbala de la cien (tenía el pelo enruladisimo, atado) y le recorre el cuello
hasta el pecho, haciendo un arco para perdérsele entre las tetas. No debía
tener más de veinticinco años, por lo que con facilidad podía intuirse la
tersura de la piel de su pecho. Me puse como loco, mi primer pensamiento fue
tomarla del pelo y acabarle en la cara, cien, mil veces, y mi primera reacción
fue desabrocharme el cinto, como si el gordo en el que estaba tuviese el gesto
automatizado. Pero me contuve. Me manoseé un poco disfrutando del resto de la
nota, a la que permanecí sordo siguiendo el movimiento de gruesos labios,
mientras me imaginaba otros.
- ¡Decime que te
la comiste!
- ¡Que tipo
desesperado! En todo caso “la comimos”. Cuando estaba por terminar la nota yo
estaba hecho una torre, así que corrí a la pantalla y dejé al confundido gordo
para que encontrara los cadáveres. Y en efecto, confirme que hacía en el
zoológico un calor atroz. El sol me daba de lleno, pero pude ver la silueta
nítida de la cámara apuntándome a la parte superior del cuerpo. Sentí el sudor
que antes había visto recorriéndome de axila a axila tras atravesar la parte
baja de mis nuevos pechos. Sentí los pezones suaves por el calor pegados al
corpiño deportivo, y justo antes de que la cámara bajara, dando por terminada
la nota, me desprendí de un tirón la camisa blanca, dejando caer el micrófono.
Inmediatamente la cámara me apunto nuevamente, como un pene erguido que me
señalara, atraído por la curiosidad o la costumbre, y me levante el corpiño
ante varios pares de ojos perturbados. Eran tres tipos mirándome las gomas. Un
sonidista, el camarógrafo y otro, que simplemente parecía estar allí. Sin
darles tiempo a pensar salte sobre el segundo, tomándolo del cinto. El tercero
comenzó a gritar cuando desenfundé rápidamente la verga del camarógrafo y me
agaché. La cámara bajó, y por unos segundos todo el que estuviese viendo ese
canal de noticias en ese preciso momento me vio atragantarme con ella. Estaba
durísima. Sentí el frenillo acariciar el surco de mi lengua, y abriendo la
garganta de la mujer empuje la cabeza hacia él, forzándo el glande contra la rozada cavernosidad de su faringe. Con esa única arcada fue
suficiente. El tipo que había estado gritando allí parado nos separó, arrojando
la cámara hacia un lado a mi hacia el otro. Salí corriendo frente a la
posibilidad de que ser una mujer no disminuyera su ira y trepé rápidamente a la
jaula más grande que pude encontrar. Sentí el calor del sol de mediodía en mi
espalda desnuda mientras oía pasos apresurados en mi dirección e intentaba
colar los dedos en la reja a pesar de la excesiva manicura. Cuando llegué a la
mitad el sonidista me tomó de una pierna y comenzó a tirar hacia abajo, pero me
separé con una patada de tacos afilados y tras romperme algunas uñas más caí en
la jaula de los leones, y comencé a gritar.
- ¿Te pasaste a un
león y se la comieron?
- Exactamente.
Tendrías que haber visto la cara de la pobre tipa cuando se encontró medio
desnuda en el medio de nuestra jaula. Ahora que lo pienso, ese día les di algo
realmente interesante de que hablar.
- ¿Qué gusto tenía?
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