Con un golpe metálico la oscuridad devora las
tribunas. Otro más y se le duerme el brazo del escudo. Otro más y la arde la
cara. Otro más y al único que ve es al Otro. Consigue arrastrarse y sacudir la
cabeza, para remover la oscuridad y la sangre, y se le viene encima. La espada
baja contra él una y otra vez, y una y otra vez él la recibe, y la sobrevive.
No es que resista por habilidad o fortuna: la espada no busca matarlo, busca
destrozarlo. El Otro busca subyugarlo hasta que no quede duda de que el combate
(I don't need a reason to hate you) estuvo
perdido desde el principio. La espada sigue bajando como un martillo, hasta que
se pierde junto con los gritos de los espectadores en un zumbido agudísimo
(Cistof abuses the slow motion). El
Otro le ha arrancado el escudo del brazo y se le ha sentado en el pecho. Su
conciencia baila entre las capas de bronce de su casco y la empuñadura de la
espada enemiga. Siente la hinchazón de su rostro contra el metal caliente, y la
presión del cuerpo del bruto contra sus costillas destrozadas, y se da cuenta
de la terrible verdad: va a morir. By Jupiter's cock! ¡Está por morir! No, no,
no, no, no…
To young Mark. Always with one hand ocuppied. Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light. Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold. Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once. Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.
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