Dos profesores fuman junto a la entrada de
una escuela secundaria.
- ¿En que pensas Drachart?
- Pienso en algo que me dijo un alumno hace
tiempo… ¿Cómo que no es importante el objeto concreto sobre el que se escribe?
De repente la escritura sin objetivo, el escribir por escribir, es la parte más
importante de un proceso que no va, por ello mismo, a ninguna parte. Una
aberración. Se lo tendría que haber negado más demoledoramente, tendría que
haber sido mucho más agresivo, y sopapearlo arrastrado por toda la sensibilidad
Romántica. La literatura que se escribe para sí misma, querido estudiante de
secundaria (tendría que haber dicho) se hunde por su propia subjetividad, se
aleja de la superficie, donde los eventos del mundo se desarrollan y no se toma
nada en serio, salvo las emociones pasajeras que la mente que maneja esa mano
inexperta tiende a percibir como eternas e invariables. El escribir por escribir
muere con la edad, y el “Romanticismo” muere porque no puede vivir fuera del
agua, e inevitablemente la madurez lo arrastra a tener los pies en la tierra.
Escribir por escribir es una etapa evolutiva, no toda la evolución. Y puede
afirmar tal cosa porque tenemos el agrado de vivir en el siglo XXI, por lo que
además hace dos siglos que puedo decirlo.
La historia literaria tiene mucho de historia
individual y viceversa, mucho, pero no en relación univoca. Como decir que el
movimiento de los electrones alrededor del núcleo (que deben haber visto
cientos de veces en Química) se corresponde con el de los planetas alrededor
del Sol (del que no creo que tengan idea, porque esta institución - mira a los
lados - solo quiere que se miren los pies). Por eso la gran mayoría de los que
todavía perseguimos todos aquellos falsos ideales que teníamos de lo que era ser
escritores, en primera instancia, intentamos emular a los grandes. ¿Y quiénes
son los más grandes de los grandes? Por supuesto, los Clásicos. Y los Clásicos
no son solo Platón y su gastadísima alegoría de la caverna (que vieron el año
pasado en Filosofía) ni Troya, que sería la Ilíada de Homero vista a través del
filtro hollywoodense, que es lo mismo que decir vaciada para cabezas vacías.
Claro que no. ¿Cómo algunos no van a “entender” la poesía y otros van a
celebrar indiscriminadamente que la producen cuando ninguno de los dos conoce a
Catulo? Como no les van a encantar las malas novelas, mercantilizadas hasta la
náusea, si no conocen las verdaderas tragedias de Séneca (y no, Edipo no es
solo Freud). Y les hubiera nombrado dos para no quitarles demasiada capacidad
de procesamiento.
Una vez pasada la etapa Épica - su oyente
apaga su cigarrillo - del reconocimiento de los fríos y los calores de la
tragedia y la comedia, y de la búsqueda de los héroes y las figuras extra
parentales, nadamos con brazo ágil a los historiadores medievales. Y el que
crea que el medioevo son un montón de monjas y campesinos encerrados en una
iglesia oscura por órdenes de un terrateniente tiránico puede irse ahora mismo
del aula (le tendría que haber dicho). Claro que el Medioevo es oscuro por la
sombra de la religión (la cual muchos de ustedes ya se dieron cuenta de que no
eligieron) pero creer que la humanidad se detuvo es una estupidez, y para el
que lo siga creyendo que lea “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam (o
no, y no cambien su opinión nunca, que parece ser la parte más cómoda de ser
ignorante) o tómense un segundo para reconocer el origen trovadoresco de este
neo romanticismo patológico.
El preadolescente sale de los clásicos con
una especie muy particular de sentido de grandeza, que tiende a atribuir a la
naturaleza y los sentimientos. Por un tiempo cree ver más allá de lo “filosófico”
en el peor de sus sentidos, y se vuelve casi realista, o se lo obliga a
volverse. Los padres no son héroes y los héroes son todavía más héroes, y por
supuesto que la mayoría de ustedes todavía tiene algún disco o alguna remera de
los suyos. Esta búsqueda de uno mismo, este reconocimiento, inevitablemente los
llevará a una especie de Renacimiento, como último vistazo a la parte más baja
del río en el que se los tiró cuando nacieron (y cuya corriente, soy el vivo
ejemplo, los va a arrastrar). El escribir se vuelve un acto auto reflexivo,
cuasi sagrado, y llega el racionalismo, y se las saben todas. Lo lindo de
envejecer es que uno puede tomar dos caminos: darse cuenta de que la ilusión de
saber todo basado en primeras impresiones era una estupidez, y que la vida y la
literatura son mucho más complejas, que la “suposición” nunca es tan válida
como la verdad; o mantener la misma postura, y atravesar la vida convencido de
que se posee una mente brillante (que otra vez, es más cómodo). El
Racionalismo, sin demasiada sorpresa, paso mayormente por el lado de las
ciencias, llamándose Funcionalismo y Estructuralismo los intentos de
transformar a la literatura en una de ellas. Todas las ideas que llevaron a
esos celulares, que no pueden dejar de masturbar, empezaron ahí, e incluso los
métodos para observar átomos y estrellas. Y entonces saltó, como no podía ser
de otra forma, una idea de arte de dientes afilados para hacerle la contra. La
última rebelión por la rebelión misma, el Romanticismo. Como si algo pudiese
pecar de ser demasiado racional (Kant de lado) - Drachart tira su cigarrillo
porque le quemaba los dedos - el Romanticismo volvió a poner en cuestión los
sentimientos, la emoción subjetiva como punto principal de la expresión
artística, y otras pelotudeces como la inspiración, y el trabajo poético
desligado del esfuerzo. Y como el cristianismo en su momento, dos siglos
después la idea de que todo el arte es romántico sigue vigente.
Lo que no vieron ustedes, o vieron a medias,
es que después de toda esa mariconada (con todo respeto a quien pueda sentirse
ofendido), es que no mucho después a ese oso que nos pescaba como salmones de
río le dieron un tiro directamente entre los ojos. Y la bala se llamaba
Vanguardia, y la Vanguardia es muchísimo más que Dalí y Picasso. La Vanguardia
se dio cuenta de esta ida y vuelta entre lo que se esperaba que fuese el arte,
y de la crisis en su centro que cuestionaba su propia existencia (una de las
crisis más fructíferas de todos los tiempos), y volvió disponibles todos los
recursos de las épocas anteriores, simultáneamente, marcó un corte, y obligó a
una nueva búsqueda, en la entrañas del oso. Esta simultaneidad está muy lejos
de ser motivo de preocupación, nos deja ser un oso color salmón, o un río-bala,
pero para el que no conoce ninguno de los estilos precedentes es todo lo mismo,
y claramente no lo es. La apreciación del arte es subjetiva, el arte en sí
mismo no lo es. La apreciación del arte es relativa (como decía, depende mucho
de lo que conozca el observador), el arte mismo no lo es. Toda obra escrita
tiene parámetros puntuales bajo los que puede ser evaluada (el Funcionalismo
llevó esto a la exageración), puede, pero la mayoría de las veces se la consume
sin saber que se consume, se le da un producto vacío a una cabeza vacía, y
todos contentos. La relativización del arte, o la permanencia virulenta del
Romanticismo (le tendría que haber dicho) no son consecuencia de la historia
del arte, sino, querido alumno de secundaría, de que vos seas un pelotudo, y de
que no se me permita educarte para lo contrario.
- Ok.
Suena el timbre que señala la finalización
del recreo.
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