Beneath the idle skies las
copas de los árboles de un bosque antiquísimo ronronean acariciadas por la
briza. En el medio del bosque hay un pequeño claro, y en el medio del claro hay
dos árboles solitarios, un fresno y un ciruelo. Son gruesos y altos, y están
algo encorvados: sus ramas más bajas se arquean hacia abajo como barbas
tupidas. La briza juguetea unos instantes entre sus hojas y las cosquillas
despiertan al fresno. Su bostezo sonriente suena a amanecer. Estira sus ramas y
las flores en ellas apuntan al cielo.
- ¡Eh! ¡Ciruelo! ¡Pst! ¡Pst!
El ciruelo sigue dormido.
- ¡Eh! ¡Eh!
El ciruelo sigue dormido, pero su frente
enorme se frunce. El fresno, bajando la vos, continúa:
- ¡Pst! ¡Eh! ¡Pssst!
El ciruelo no reacciona. Entonces el fresno
toma una de las pequeñas flores amarillas que se le han caído a los pies y, con
mucho cuidado, acaricia justo el punto en el que comienza la barba del ciruelo.
El ciruelo se contrae respirando rápidamente y prorrumpe un estornudo atroz,
que sacude todo el bosque.
- ¡Estoy despierto Fresno! ¡Pará un
segundo!
- ¡Con esa manera de dormir pensé que te
habías secado! - Se justifica el fresno.
- No me quiebres las ramitas, ¿queres? -
Maldice el ciruelo. - ... ¿Qué pasaba?
- Nada…Hoy hace lindo día.
- La verdad que sí. Mañana va a llover.
- Sí. Con un poco de suerte saco nuevos
brotes. - Confirma el fresno mientras se acaricia la barba.
- No te vendría mal.
- Eso lo decís porque con tus ciruelas la
barba queda más linda. Mirá como brillan.
- Las flores son más difíciles. - Reconoce el
ciruelo.
- Siempre que puedo me guardo un poquito de
agua para regarme la barba.
- ¡Pero si tenés que hacer lo contrario! Vos
déjala, olvídate, y vas a ver cómo crece.
- ¿Estás seguro?
- Sí, sí. ¿Viste que las frutas tardan mucho
en germinar? - El fresno asiente moviendo sus ramas más altas. - Bueno, al
principio a mí tampoco me salían. Y cuando me salieron eran todas desparejas,
un desastre.
- ¿Y las dejaste, así nada más?
- Sí, cuando me acuerdo me pongo unas gotitas
de rocío, de coqueto nomás.
- Una vez me pareció ver un hombre al que le
empezaban a salir flores.
- ¿De verdad? ¿De qué color eran?
- Blancas. ¿Viste que los hombres tienen la
cabeza llena de flores? Bueno, le habían empezado a salir algunas blancas, y en
la barba también.
- Les debe pasar como a nosotros cuando
empieza el frio. - Recuerda el ciruelo con estupor, y sacude sus hojas
inconscientemente.
- Puede ser. Puede ser. ¿Seguro entonces de
que si me olvido de mi barba me crece?
- Sí, mañana tomá todo el agua que quieras
que te va a crecer igual. Me parece que voy a dormir un ratito más, si me
dejas.
- Sí, sí. Yo voy a mirar las estrellas…
perdón por despertarte así.
- No hay problema, no hay problema…
Cuando terminaron de hablar ya había caído la
noche, porque los arboles cuando hablan entre sí lo hacen sumamente despacio.
Antes de dormir fresno miró a ciruelo y confirmó que estaba dormido como un
tronco. El brillo lunar reflejado en sus ciruelas le recordaba las estrellas. Y
las miró por varias horas más, deseando que su barba floreciera. Hasta que otra
briza lo acarició hasta dormirse.
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