Ir al contenido principal

Millennial 36 (Lucrecia I)

Una vez removida la plataforma de abordaje, Lucrecia Godspeed, una de las cuatro azafatas del Boeing 767 con destino a Londres makes a double check de la comodidad de los pasajeros. A dos de los 194 les tiene que recordar que las bebidas se sirven una vez que el avión está en el aire. Está lleno de niños, y todavía más de adolescentes, pero el cielo de otoño está claro como un vaso de agua, y es lo suficientemente temprano como para que a todo el mundo le quede algo de sueño… Son pocos teniendo en cuenta que es un viaje intercontinental, pero los aviones necesitan volar. La mayoría parecen familias que vuelven de sus vacaciones en el hemisferio sur, el resto parece bien acostumbrado a los viajes aéreos, y a la primera clase.   
Si bien Lucrecia lleva tres años trabajando de azafata todavía se alegra cada vez que un niño experimenta por primera vez la fascinación de volar. Tocar la ventanilla como si se quisiera acariciar las nubes… Una de sus compañeras le pide que se despabile, que despegaran en pocos minutos. Es la misma que hace segundos hizo los anuncios pertinentes por el altavoz. Pronto toma su posición junto a ella y se abrocha el cinto. Otra de sus compañeras se hace la señal de la cruz, como de costumbre. La cuarta abre una revista de chismes en un idioma que ella no reconoce.
La ascensión se da de mil maravillas y rápidamente procede a servir las bebidas que le habían solicitado, sabiendo que no serían las ultimas, por lo menos hasta que el sueño los venza. Revisa la cabina de pilotos y uno de ellos pide un café. Una señora con dos nenas pide jugo de naranja. Un anciano pide un almohadón. Tres nenes lloran en puntos distintos del avión, como si compartieran su infortunio a gritos. Un adolescente que viaja solo en primera clase pide ron, pero su cara no hace justicia a la edad necesaria para tal demanda. Cinco de las catorce horas de vuelo transoceánico pasan con turbulencia mínima, y salvo por algún llanto y algún que otro ebrio, en cuasi perfecta tranquilidad.
Lucrecia va por la mitad de su libro de poesía cuando escucha el agudo pitido sobre su asiento que señala que un pasajero requiere de su atención. El pasajero es siempre uno de dos, y esta vez ella tiene la obligación de señalarle al del asiento número 42 que será la última bebida que se le sirve. Se levanta respirando hondo, toma el carrito asegurado a un costado y atraviesa las cortinas rojas que demarcan el sector de las azafatas. Se detiene recién cuando llega a su lado, intentando en vano estirar su ceño fruncido. Cuando lo alcanza, con cierta malicia, primero pregunta si el caballero desea lo mismo, y luego comienza a preparar el coctel, dejando la información de que será el último para el momento en que le dé el primer sorbo. El hombre apenas le dirige la mirada, hasta que el Mai Tai está servido… 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

33

  To young Mark. Always with one hand ocuppied.   Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light.   Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold.   Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once.   Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.

Millennial 15 (La niña lunar)

Una niña patina en la superficie de la luna. La baja gravedad la hace parecer mayor de lo que es. Sus patines emiten una luz violácea que corta la gris superficie lunar (aún más gris que la cinta magnética sobre la que se desliza). Sobre ella un domo de cristal la aísla de la noche perpetua. Tiene la impresión de que la constelación Ofiuco la sigue. Se mueve lo suficientemente rápido como para dejar una delgada estela de polvo lunar a su paso, de la que cubre sus ojos con anteojos de aviador. Su “ comet tail ” se interrumpe cuando entra a uno de los túneles que conectan subterráneamente los domos. Los destellos violetas parpadean con cada fugaz contacto de sus patines contra la cinta. Gana velocidad y sale disparada del otro lado, elevándose unos centímetros por sobre el suelo para luego reacomodarse con ambos pies. En sus oídos suenan toda clase de pitidos electrónicos, salidos de un auricular con forma de caracol que cubre toda su oreja derecha. El hacinamiento del aire del domo...

Máquinas Salvajes VI

VI Leopardos, serpientes y halcones han sido los principales depredadores de primates durante millones de años, remontándose a los primeros mamíferos placentarios. Antes de que el hombre fuera tal, es decir, su propio depredador, este existía en un estado de guerra absoluta y exclusiva contra esa elite condenada.    Algunos antropólogos proponen que esta guerra de millones de años ha dado origen a cierto ideograma, reconocible universalmente en su cualidad de síntesis de esos miedos primordiales: el dragón. Este vendría a ser la unión de las cualidades más terribles de esas tres encarnaciones: las fauces del leopardo, el cuerpo alargado y escamado de la serpiente, y el vuelo veloz del halcón. Cita 3: The fall from Eden seems to be an appropriate metaphor for some of the major biological events in recent human evolution. This may account for its popularity.   It is not so remarkable as to require us to believe in a kind of biological memory of ancient historical...