El hombre nunca llega a probarlo. Al girar la
cabeza hacía ella comienza a sangrarle la nariz, y de un segundo para otro cae muerto
sobre su asiento. Su acompañante se despierta con el grito de Lucrecia pidiendo
un médico. Y al ver al hombre también se desploma. Lucrecia corre hacia la
cabina de las azafatas, haciendo uso de toda la cordura de la que es capaz, con
la intención de llegar al altavoz y preguntar si hay médicos a bordo, pero
embiste en su carrera a la señora que había pedido el jugo de naranja, y cae en
el corredor. La fornida señora se le acerca apologética, pero al ver su
uniforme manchado con el coctel también cae. Sus dos niñas irrumpen en un
llanto atroz, a la vez que varios pasajeros se giran a ver lo sucedido. El
delgado hilo de sangre que surca los labios y las orejas de la mujer derrumba a
todos los curiosos. A lo lejos se escucha a alguien gritando que es médico,
sofocado por una cadena de llantos. Cada llanto de un niño mata a sus padres.
Cada padre muerto mata a su niño.
Lucrecia se arrastra contra un costado sin
poder creerle a sus ojos cuando se da cuenta de que el avión esta
descendiendo estrepitosamente. Intentando
huir de los cuerpos sangrantes junta la fuerza para arrastrarse hacia el sector
de las azafatas, pero es demasiado tarde. Las otras tres se han derrumbado
apenas han dejado sus puestos. Los llantos han cesado. Corre desesperada hacia
la cabina de los pilotos. Golpea con todas sus fuerzas pero nadie le responde.
El avión bajo sus pies se sacude turbulentamente. Corre hacia la otra punta del
avión cayéndose y levantándose, cayéndose y levantándose. Nadie responde a sus
gritos. Siente que le cuesta respirar. Los respiradores de emergencia caen
justo cuando las luces comienzan a fallar. Nadie más respira. Lucrecia no
entiende. No podría entender. En el fondo de la clase turista se encuentra con
el niño que quería acariciar las nueves. Duerme. Lo toma en brazos y vuelve a
su asiento. Siente como baja la presión. Abrocha su cinto. Mira por la ventanilla
el cielo monocromático. Colorblind. Y
las nubes le parecen más blancas que nunca.
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