El
conjunto para asado se ha hundido en la carne cocida de numerosas bestias. Tanto
el cuchillo como el tenedor bidente han sido las herramientas con las que se
saciara el capricho por la carne, principalmente vacuna pero también porcina,
ovina y caprina. Carne que el propietario de los utensilios viera, en una ocasión,
morir él mismo en un matadero automatizado, que por automatizado la resultara
aún más nefasto que el de Echeverría, pero que aun así no le quitara el hambre.
La
hoja del cuchillo, con el filo aun listo para lacerar, demuestra el paso del
tiempo y el afilamiento en la perdida de volumen sobre el principio del mango,
como si la falta de uso lo hubiese dejado a él mismo famélico de acero inoxidable.
El tenedor en cambio es más difícil de descifrar, quizás por cumplir un papel
relativamente secundario. Sus dos dientes han cumplido con la tarea de punzar
la carne y devolverla a la parrilla cuando la transpiración de la sangre
superara la expectación de un buen cocido, preferido por la distancia simbólica
que impondría entre el animal y el alimento, como las caras opuestas de un dado, que nunca deben verse simultáneamente.
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