El
pincel pertenece a la mujer de quien frecuentara la habitación. Símil a ésta,
es largo y oscuro, de un trazo fino acostumbrado a seguir siempre las líneas de
algún boceto, tan leve en la mano que en ocasiones la hace temblar cuando se
busca la precisión, pero siempre prolijo en su trabajo. Acostumbrado al lienzo
en blanco el pincel lleva una corona negra, cual recuerdo del último acrílico en
ser usado. Corona robada al descuido, la duda o el olvido.
Quien
observara alguno de los dos cuadros que se exhiben contiguos en la pared junto al
perchero de pie, notaría que se ha utilizado ese mismo pincel para firmarlos y
que, juzgando por las fechas bajo la renegrida firma, su producción ha cesado
hace tiempo.
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