El
portalápices está casi vacío. Bajo la esquina superior izquierda de la
biblioteca de ébano pasa desapercibido en su negrura, salvo por el girasol de
juguete. Sin contar a este, solo se asoman por el borde de su cuerpo cilíndrico
un lápiz sin punta y un pincel delgadísimo, ambos entregados al olvido. En
contraste su fondo esta abarrotado de pequeños objetos que se repliegan desordenadamente
sobre sí mismos cada vez que el portalápices estorba la salida de un libro. Una
moneda de peso mexicano del 86’, una ficha de póker color morado, un llavero
con la imagen del vaticano, cuatro clips de diferentes colores y tres banditas
elásticas son el total de su población estable, sin contar las idas y vueltas
del anillo de bodas que ahora descansa en la billetera. Cíclicamente todos serán
olvidados, hasta que el girasol atraiga, como un faro, otro par de ojos a punto
de naufragar.
To young Mark. Always with one hand ocuppied. Children of thirty two try to tell me what is a good cigar and what isn’t. Me, who never learned to smoke, but always smoked; me, who came into the world asking for a light. Me, who when asked by a waitress about the kind of beer I would prefer, sweet, sour, toasted or fruity, always respond: cold. Me, who began going out when I was seven. Me, that have lived four hundred and fifty six weekends without throwing up once. Me, who stole my parent’s condoms right after my last brother was conceived. Me, who came from the uterus dancing and when the nurses left the room, lighted a ciggy.
Comentarios
Publicar un comentario