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LV

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Cada noche me veo reflejado en cristales, pero no veo mi rostro. Tan solo un instante necesito para volverme opaco y distante. Un segundo después ya no estoy allí. En el lago de mi pecho me siento naufrago, y en mi estomago, en lugar de mariposas, luchan alimañas salidas de una suerte de bestiario de hojas descompaginadas. Hiere mi frente una humilde corona, no de espinas, sino de laureles. Si por momentos camino por los campos de Casandra, es para ahogarme luego con Tetis, y si consigo asirme de Iris para volar a salvo, es solo para que me derrumbe el recuerdo de Fedra, y enfríe mis paciones la impía Perséfone. Soy Saturno y ellas son a la vez mis lunas y mis anillos. Despedazarlas solo las traerá más cerca de mí. Soy un gigante mudo avanzando siempre en la misma dirección, en la oscuridad. Una melodía y una memoria alientan mi vulnerable andar. Si no caigo es únicamente por no tener donde. Si no temo a la oscuridad es solo porque no veo más allá de mis anillos. No hay vida en mi, más que el brillo que reflejan mis lunas. Quien viera más allá, se perdería, inevitablemente, en un océano de estrellas. Es ahora Hildegunda mi eje y mi guía, quien marca mi camino hacia el sol. Y allí lo veo venir.

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