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El solo ve grises


Hoja en blanco. El perro negro ladra a los hombres vestidos de rojo. Ladra, para quien lo viera en la distancia, a coloridos globos rojos, flotando a algunos pies del suelo, empujados por una perfecta briza invernal. La baba del perro cae sobre el terso césped verde. Las gotas caen espesas y reposan sobre la superficie elástica de la hierba. Algunas de ellas son rápidamente absorbidas y robándole al césped su tinte azulado reflejan el océano en la altura. Saltando de diestra a siniestra el perro no deja de ladrar a aquellos que ahora se internan en un inmenso campo de girasoles. Los girasoles parecen seguirlos con la mirada, formando tres círculos que se desplazan junto a ellos. Asoma el hocico del perro cada vez que intenta saltar sobre los gigantes dorados para no perder de vista los globos. Los hombres se detienen al ingresar en un triángulo de tierra sin girasoles. En medio del triángulo se yergue una columna de marfil blanco, de la misma altura que los girasoles, y sobre ella un alfiler, blanquísimo también, que flotando a un palmo de la columna apunta al norte. El perro deja de ladrar. Los globos se acercan al alfiler sin detenerse y formando fila se presionan unos a otros contra el extremo sin punta. Una vez que todos reventaron el perro orina la columna. 

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