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Máquinas Salvajes VI

VI

Leopardos, serpientes y halcones han sido los principales depredadores de primates durante millones de años, remontándose a los primeros mamíferos placentarios. Antes de que el hombre fuera tal, es decir, su propio depredador, este existía en un estado de guerra absoluta y exclusiva contra esa elite condenada.   
Algunos antropólogos proponen que esta guerra de millones de años ha dado origen a cierto ideograma, reconocible universalmente en su cualidad de síntesis de esos miedos primordiales: el dragón. Este vendría a ser la unión de las cualidades más terribles de esas tres encarnaciones: las fauces del leopardo, el cuerpo alargado y escamado de la serpiente, y el vuelo veloz del halcón.

Cita 3: The fall from Eden seems to be an appropriate metaphor for some of the major biological events in recent human evolution. This may account for its popularity. It is not so remarkable as to require us to believe in a kind of biological memory of ancient historical events, but it does seem to me close enough to risk at least raising the question. (Carl Sagan: The Dragons of Eden)

Muy anterior a la reconocida representación de los subterráneos europeos el dragón ha heredado, si bien siempre dentro de las directrices fisiologías antes mencionadas, diferentes características según su cultura de origen: los asiáticos lo imaginan con la capacidad de volar pero sin alas, y lo relacionaban no con el peligro, sino con la sabiduría, al igual que varias culturas americanas, que lo imaginaban como dios de la sabiduría, con alas cargadas de plumas (Quetzalcóatl, “serpiente hermosa” en náhuatl). La idea del dragón europeo, sabio y codicioso, parece ser bastante más moderna.





Observación 14: A medida que progresábamos en el dominio de la naturaleza sus únicos defensores posibles se volvieron monstruos hechos de monstruos. Hasta que ganamos, y solo sobrevivió el monstruo inteligente.  
 


Los primeros mapas de los que se tiene registro servían para ubicar las posiciones de las estrellas, no lugares en la Tierra. Cuando surgiera esta segunda especie el hombre vería, allí en los lugares donde su vista o su conocimiento no llegaran, muchos de los mismos monstruos. La primera utilización escrita de una advertencia contra dragones en un mapamundi pertenece al “Globo de Hunt-Lenox (1503) quien la ubica en el sudeste asiático. Las primeras imágenes de dragones para señalar tierras o mares desconocidos por los europeos le preceden por varios siglos, y la figura del dragón como símbolo totémico de poder, para los orientales, por muchos más.
Además de sus primeras herramientas los hombres y mujeres que se expandieron fuera de África hace cien mil años llevaban otras dos cosas, no menos importantes: sus dioses (barbados, como señala la mitología comparativa), y sus miedos. Milenios después, la extrapolación de aquellos ideogramas que se cargaban desde el principio alcanzaron nuevas y particulares características, como los hombres mismos.

En la modernidad tanto el monstruo como el dios barbado han sido relegados a ser entes en continuo retroceso, esto es, entes cuya existencia solo es posible en los oscuros márgenes donde la luz de la racionalidad todavía no ha llegado.
Uno supondría, por ejemplo, que después de la Revolución Industrial y la consiguiente explosión tecnológico-científica no quedarían monstruos en el mundo moderno, pero existen numerosísimos ejemplos de que los márgenes oscuros están todavía llenos de ojos: la resurrección de los fantasmas (oxímoron desintencionado), junto con las momias y poco después los zombis, haciendo de sombra al imperecedero miedo a la muerte; el monstruo de Frankenstein, en la misma línea, jugando con los límites de lo que parecía, en medicina, un progreso sin fin; licántropos, como última resistencia del lobo en escenarios cada vez más urbanizados; Drácula, el conde sangriento (pleonasmo intencionado), y Cthulhu, y todos las entidades cósmicas lovecraftianas que, si bien con cierta posterioridad, expondrían visceralmente el nuevo terror del hombre a la inmensidad del universo.
En todos los casos hay una línea conectora, nítida incluso en la oscuridad: todos los “nuevos” monstruos se definen en su relación con, o directamente fueron/son humanos. Que el Conde Drácula este basado en Vlad III, el Empalador (Tepes, en rumano), nacido como Vlad Draculea en 1428, poco antes de que concluyera la Edad Media, es mucho más que una feliz coincidencia. Bram Stokerd tomó como inspiración al mejor depredador de hombres que pudo encontrar, e incluso la historia ya se lo entregaba marcado: en rumano la palabra drac significaría “dragón”, y ulea “el hijo de”: el padre del Empalador había formado parte de la Orden del Dragón (cuyo objetivo era defender el imperio de los turcos otomanos) por mandato del emperador, ganándose el nombre de Vlad Dracul (ul siendo un artículo determinado).

Uno podría incluso, si extendiera ciertas gracias del hombre-dragón literal hasta el histórico, realizar curiosas conexiones. Tomando como referencia primera el mapa de Hunt-Lenox, y salvando la colosal distancia entre Rumania y Asia Meridional, ¿habrá cruzado Vlad Tepes el Mar Negro hacia Turquía? Fue rehén de los turcos durante 17 años, por lo que podría haber mantenido contacto con alguien que lo auxiliara en su huida. ¿Habrá cruzado el estrecho de Bósforo en el reparo de la noche? ¿Y el de Dardanelos? Si sobrevivió cruzar mares enemigos y luego se abrió paso desde el Mar Mediterráneo hasta el Océano por Gibraltar, sin envidiarle nada a los viajeros griegos, como dirían, entre Escila y Caribdis, ¿habrá llegado meses después a aquella otra exótica y lejana parte del mundo? El Tepes histórico murió en Diciembre de 1476 luchando contra esos turcos contra los que peleó toda su vida, a través de cuyo sufrimiento en las picas se hizo inmortal. El paradero de su cuerpo permanece desconocido, si bien numerosos monasterios claman su posesión. ¿Y si el príncipe de Valaquia se dio cuenta de que todo lo que lo definía, todo por lo que sería recordado, sería su sobrenatural habilidad para… despedazar turcos? ¿Y si quiso, luego de esta epifanía, dejarlo todo atrás? En una carta escrita poco después Esteban III, príncipe de Moldavia, asevera que el sequito moldavo entero que acompañaba a Tepes también había sido masacrado. ¿Y si Tepes previó esto y mandó a un hombre suyo en su lugar? Si es que evitó aquella matanza, pudo atravesar fronteras enemigas y escurrirse entre los dedos otomanos hacia la bastedad oceánica, e incluso luego, sobrevivir al nefasto viaje bordeando continentes enteros, bien puede HC SVNT DRAGONES (“Aquí hay dragones.”) referirse a él. (Incluso el plural acarrea la esperanzadora idea de que haya tenido allí más hijos que los tres que habría abandonado.)

Las fechas hacen del tiempo más piadoso que el espacio. En 1476 Tepes tenía la tierna edad de 45 años, por lo que podría haber llegado al sur de Asia y renovado su fama para 1503. (Con el tiempo él mismo podría haberse dado cuenta de que el singular placer de mandar a empalar gente era exactamente para lo que había nacido.) Si bien la gracia del Drácula literario nos habría permitido extender el tiempo, a través de la función rejuvenecedora de la sangre (noción que viene de otro monstruo latino: el temible búho Strix), casi infinitamente, tal maniobra no será necesaria. Menos aún que la ridícula noción de que al decir que allí había dragones Hunt-Lenox se refería a los números avistamientos de dragones de Komodo, en las innumerables islas de Indonesia…

Incógnita 5: ¿Qué habrá pasado por la mente del primer hombre al que se le ocurrió la pintoresca idea de empalar a otro?


 
La tormentosa biografía del Empalador y la costumbre de otro pajarito (por lo que se sabe sin ninguna relación con el Strix) traen a la luz otra hipótesis posible para explicar tan curioso hobby. El alcaudón, un pajarito apodado tiernamente como “pájaro carnicero” tiene la costumbre de empalar a los insectos, pequeñas aves y mamíferos que caza en las espinas de los arbustos cerca de los cuales anida. De esa forma puede, pese a su pequeño tamaño, desgarrarlos en pedazos más fáciles de transportar, mantenido alimento siempre al alcance. El hábitat de esta particular especie se distribuye a lo largo de Eurasia y África, continentes de los cuales Turquía (si uno se digna a inclinar el globo terráqueo siquiera un poco) funcionaria perfectamente como epicentro. ¿Habrá visto el joven Vlad, cautivo de los turcos, un pajarito empalando a un ratón, y habrá tenido su primera epifanía? Los alcaudones en época de apareamiento llenan sus arbustos con toda clase de cadáveres, muchos de los cuales no llegaran a comer, para impresionar a las hembras. ¿Habrá sido toda la fama de Vlad un tributo a una muchacha turca? ¿Sería esta la misma que lo ayudó a cruzar el estrecho de Bósforo?
Esta huida del monstruo del panóptico de la ciencia y la razón ha creado en las últimas décadas a otro representante, ciertamente no el último, y del que ya hemos hablado, una figura ahora arquetípica, que frente a la imposibilidad de la otredad del hombre con el hombre en un mundo cada vez más globalizado todavía sobrevive bajo el frágil amparo de la ficción de la ciencia ficción: el alien. La mente humana siempre ha sido, después de todo, una excelente máquina de crear monstruos. Nuestro propio “cerebro reptiliano” se ha encargado de eso.

Cita 4: He who fights too long against dragons becomes a dragon himself. (Friedrich Nietzsche: Beyond Good and Evil)

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