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Diente de león


Tras posarse unos instantes sobre el hombro de la enorme estatua de bronce el diente de león cae en espirales. Un niño lo observa ensimismado, desatendiendo el helado de frutilla que poco a poco se calienta en su mano. Espera que el diente de león vaya hacia él, puesto que no puede perseguirlo. Tras la barandilla sobre la que observa, apenas más baja que él, el vacío se le interpone. La estatua, aunque a su misma altura, parece flotar en el aire sostenida por una delgada columna que se pierde en la distancia, mucho más abajo que las nubes más altas. El suelo bajo los pies del niño también flota en la altura, inmóvil. El diente de león planea débilmente sobre la base de la estatua y amenaza con caer hacía las nubes, pero no lo hace. Un pequeño dirigible pasa tras la estatua, silencioso en su avance, y se pierde nuevamente en la lejanía celeste. El niño vuelve la atención al diente de león y lo encuentra a pocos palmos de la barandilla. Estira su mano libre para tomarlo y sin querer deja caer su helado. Allá abajo algún otro niño llorara lágrimas rosas por no poder alcanzar a sus ídolos. Al abrir la mano advierte que el diente de león se ha aplastado, pero aun así acude rápidamente a mostrárselo a su madre.

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly