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Diente de león


Tras posarse unos instantes sobre el hombro de la enorme estatua de bronce el diente de león cae en espirales. Un niño lo observa ensimismado, desatendiendo el helado de frutilla que poco a poco se calienta en su mano. Espera que el diente de león vaya hacia él, puesto que no puede perseguirlo. Tras la barandilla sobre la que observa, apenas más baja que él, el vacío se le interpone. La estatua, aunque a su misma altura, parece flotar en el aire sostenida por una delgada columna que se pierde en la distancia, mucho más abajo que las nubes más altas. El suelo bajo los pies del niño también flota en la altura, inmóvil. El diente de león planea débilmente sobre la base de la estatua y amenaza con caer hacía las nubes, pero no lo hace. Un pequeño dirigible pasa tras la estatua, silencioso en su avance, y se pierde nuevamente en la lejanía celeste. El niño vuelve la atención al diente de león y lo encuentra a pocos palmos de la barandilla. Estira su mano libre para tomarlo y sin querer deja caer su helado. Allá abajo algún otro niño llorara lágrimas rosas por no poder alcanzar a sus ídolos. Al abrir la mano advierte que el diente de león se ha aplastado, pero aun así acude rápidamente a mostrárselo a su madre.

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