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Luego existo

El cigarrillo está ahí mientras mis ojos aprecien las sinuosas espirales de su humo. Cuando lo dejo en el cenicero para tomar el control, y no lo huelo ni lo veo, el cigarrillo deja de existir. Lo que existe (en ese entonces una propaganda de tampones) acapara todos mis sentidos, y le niega una existencia simultánea a lo que está más allá de ellos.
No puedo oler los tampones, pero tampoco el humo de cigarrillo (porque aquel humo me ha negado la capacidad de sentirlo). La realidad, más allá de los rápidos cambios de cámara que se centran en aquel pequeño paquete rosado, desaparece. La voz de la mujer que asegura la absorción del producto se vuelve trascendente, crece y me inunda. No importa si me importa. La voz es todo hasta que silva la pava, y otro universo me pide inmediata atención. Olvido el cigarrillo y me concentro en el calor que emana de la manija de la pava. Las cosas se vuelven los agujeros negros en el centro de mi galaxia de sentidos. 
Apago la hornalla mientras se desintegra el mundo a mis espaldas. Advierto que las cosas que seducen mis sentidos no tienen que estar frente a mí para arrancarme de mi mismo. Me figuro la máxima expresión de mi percepción desde un satélite que orbita la Tierra. Deus ex maquina: La totalidad del devenir humano solo puede ser vista por una maquina echa de números y metal, que no puede verse a sí misma. Para abarcar la totalidad de la realidad en un espacio-tiempo conciso el ojo debería estar más allá del universo observable, y más allá de sí mismo, dos paradojas irreductibles.
La particularidad de mis ojos me lleva a concebir los vertiginosos aprecios de mi realidad a través de cristales. Mis ojos miopes requieren la concentración excepcional de ese sentido particular, por lo que podría decirse que mi mirada tiende, en realidad, a lo microscópico. La pava se ha enfriado en la mesada cuando me descubro perdido en la llave de gas, en el punto de ebullición del agua, en los enlaces del hidrogeno, en la combustión del cigarrillo, en el fuego como oxidación acelerada, en el dióxido de carbono, en mi propia respiración, en la llave de gas.
Los fenómenos imaginados han ganado terreno a las cosas, y la capacidad de abstracción me ha llevado a apagar el televisor y sentar mis sentidos a escribir. Pretendo tu atención con palabras hasta que la vorágine de tu propia abstracción te lleve a aquella otra paradoja, que es el punto final: otro tipo de agujero negro. 

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

También el jugador es prisionero

   Apoyó la mano sobre el mármol frío y sus dedos todavía húmedos dejaron cinco cicatrices translucidas. La tenue luz que se filtraba por la persiana a media asta cargaba el monoambiente de un gris que emulaba el de la mesada que acababa de rasgar. Afuera otro chaparrón veraniego parecía inevitable.   Un rayo de luz se dobló en su iris en el ángulo correcto como para, por una fracción de segundo, hacerlo alucinar un fantasma sentado en la silla de la computadora. Una tosca fotografía de él : pura silueta, puro recuerdo subconsciente del contacto de su piel. Lo corrió de su lugar y, todavía semidesnudo, se sentó a terminar de leer el poema de Ascasubi. El examen final que estaba preparando, y algunas otras cuestiones, lo tenían lo suficientemente ansioso como para haber necesitado aquella ducha en primer lugar. Toda la cosa le estaba llevando mucho más tiempo del que estaba dispuesto a reconocer y hacía relativamente poco que al amparo de la mitología borgiana sobre los cuchilleros h