La luz que se filtra por las pequeñas ventanas forma columnas que cortan el ambiente, de otra forma penumbroso, de un cine abandonado. Un puñado de vacilantes notas de violín surcan el aire, repitiéndose una y otra vez. Una puerta se abre y la luz hace patente el desplazamiento del polvo. El violín sigue tocando unos instantes, ajeno a la nueva presencia, pero no tarda en callar abruptamente. Desde el fondo del cine, donde la luz apenas llega, se escucha un golpe y un insulto en un idioma irreconocible. Quién ha entrado señala que le han indicado que hablara por alguien llamado Masamune. Una voz que no puede pertenecer más que a un niño señala que puede acercarse. El visitante recorre la parte delantera del cine desde la derecha, atravesando las columnas, y se sorprende por la cantidad de objetos disimiles que hay regados por sobre las butacas: pinturas, relojes, adornos de bronce, espadas y palos de golf de los más diversos tamaños, flores de plástico, vasijas, animales disecados, y ...