Carnifex
llegó a la Tierra hace 25.540 años. La inminente destrucción de su sistema
planetario en Andrómeda VI obligó a su especie a enviar parejas de
colonizadores a diferentes puntos de la galaxia con la esperanza de reformar un
imperio azolado por guerras internas. Haciendo uso de su avanzada tecnología el
plan pareció dar resultado: the apex predators
of his race fueron desmaterializados en su planeta de origen, transformados
de materia a energía, y enviados a través del espacio a planetas que se
pretendían deshabitados, pero su compañera falleció en el trayecto. En algún momento
de los dos millones y medio de años que viajaron a la velocidad de la luz su
información constitutiva se corrompió, y lentamente se disolvió en la siempre
cambiante energía del cosmos. De los dos enviados solo Carnifex llegó a la
Tierra, una mañana helada de otoño: él también había perdido algo en el camino.
Lo que causó la inexplicable explosión que removió a los pájaros de sus nidos
no era el mismo Carnifex que había dejado su planeta: nunca estuvieron preparados
para viajar tan lejos. La continua expansión del universo había distorsionado
también el haz de luz que alguna vez había sido su cuerpo, hasta transfórmalo,
una vez rematerialized, en una masa
incolora irreconocible, sin memoria y sin vitalidad, tan solo la sombra de una
personalidad y un dolor atroz. Pronto su instinto de apex predator kicked in:
buscó desesperadamente asimilarse con alguna forma de vida autóctona. Lo
primero que sintió fue a los pajarillos que había ahuyentado volviendo a los árboles
que lo rodeaban. Su biología a base de carbono sería más que suficiente, tan solo
un medio de supervivencia, un bálsamo para la quemazón que sentía en cada una
de sus células. Pero no tenía la fuerza para alcanzarlos.
Los
sintió volar sobre él usando lo que quedaba de sus destrozados sentidos, sintió
su calor y el aire desplazado por sus alas contra al frío que amenazaba
lentamente con extinguirlo, y justo cuando sentía que se le escapaba la
conciencia, una nariz peluda se le acercó lo suficiente como para olfatearlo.
Durante los milenios siguientes
rondaría el planeta condenado a una inmortalidad que solo podía darle su
biología extraterrestre, bajo la forma de un conejito negro, con un triángulo rojo
entre los ojos y con pequeñas alas del mismo color en el abdomen, que al
hacerlo levitar harían parecer que el viento mismo lo aupaba. Ningún recuerdo
de Andrómeda VI, ni de su compañera, solo hambre exploratorio y un libido
descomunal.
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