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Facewall


Tenía la cuenta en autologin por lo que con presionar tan solo en una pestaña nueva ya estuvo allí. No fuese que el navegador olvidara a quien ingresaba a diario en él. Inmediatamente en el “Inicio” deslizo la rueda del mousse hacia abajo, no sin antes lamentar una vez más su testaruda resistencia. Fugazmente entrevió, entre nombres y páginas a las que no recordaba haberse unido, vacías fotos de concientización sobre el maltrato animal y de platos pretendidamente gourmet. Alguna que otra foto o tema de una banda que un fanático promocionaba sin el menor éxito y propagando política encubierta de debate, y paso a su “Perfil”. El hecho de cliquear en su nombre sin duda le daba una ilusión de pertenencia, de propiedad, que solo podía lograr la estratagema bien pensada de un sitio tan monótono, no solo en cuanto personalización sino en cuanto a las normas implícitas de lo compartible. Nuevamente giro la ruda del mousse hacia abajo, esta vez mas suelta por haber entrado en calor. De alguna forma esta revisión de la propia “Publicación” (que de por si en cuanto publicación le daba cierto aire de importancia), le permitía a reconocerse a sí mismo en el tiempo. No en vano se había implementado la organización al modo “línea de tiempo” hacía algún tiempo, y esta había fallado rotundamente. Con el reconocimiento de los malos chistes que compartían en su “Muro” los pocos amigos reales que usaban ese mismo medio, o en los temas musicales que él mismo compartía, de algún modo gritándole en forma de enigma al resto de su potencial audiencia que escucharan con el (o a él), no se sintió tan diferente de las personas en el “Inicio”. Quizás de eso se tratará en general Facebook: de pertenecer desdoblando la propia personalidad en una serie cuantificable de gustos. De codificarse a uno mismo en pequeños paquetes de información, esperando, como si de carnada arrojada a un mar inmenso se tratase, que alguien los consuma y se sorprenda, contribuyendo al delicado ego del pescador.
Cuando llegó lo suficientemente atrás en el tiempo se detuvo en la foto de una fiesta que, siendo parte de la repetición mecánica de los pequeños placeres humanos, no recordaba. ¿Cómo recordar una fiesta entre tantos fines de semanas únicos solo en la fecha que ocupaban, o entre las fiestas de los demás “Amigos”? Una pose, no menos atractiva por lo exagerada, de una desconocida con la que le habían sacado una foto que no recordaba le causo curiosidad. Cliqueó entonces en la foto pero solo se vio “Etiquetado” a sí mismo. ¿Cómo podía ser que la foto le gustara a tanta gente? Qué clase de criterio impulsaría comentarios monosílabos sobre el baile ahora estático de un hombre y una mujer, que salvo por las poses podría pasar por totalmente natural. Se quedó mirando unos segundos la foto, buscando alguna irregularidad llamativa que en principio hubiese pasado desapercibida, algún detalle que en su ebrio intento de resultar fotogénico hubiese causado el efecto contrario. Perplejo cliqueó en la diminuta mano con el pulgar hacia arriba y el globo de diálogo que abría la sección de “Comentarios”, justo bajo su nombre. Sin demasiado esfuerzo pudo deducir que se trataba de un travesti. Tras pasar por todas las contrariedades que podría causarle a un “Usuario” promedio tal descubrimiento cayó en la cuenta de que el “Muro” no se trataba tan solo de una pared blanca que se suponía uno debía colorear de sí mismo, sino que era un “Muro” en cuanto a que cada experiencia se transformaba en un ladrillo, perfectamente igual al anterior, sobre el que parecía continuamente necesario arrojarse intentando dejar un quiebre que sobresaliera y permitiese la rememoración.   

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly