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Coma

Nadie la impulsaba. La camilla avanzaba lentamente, como por inercia. Al inclinar la cabeza desde su posición de reposo confirmó que las paredes estaban cubiertas con el mismo tipo de azulejo blanco que cubría el techo. Sin fuerzas para incorporarse intentó verse los pies y solo vio luz blanca. Entonces oyó una voz a su izquierda y giró la cabeza nuevamente. Una anciana palidísima con la cabeza cubierta de intravenosas de un rojo brillante le devolvió la vista y le dijo que le iban a quitar algo. Él le gritó que no gritara. En un parpadeo la anciana se trasformó en un puñado de brazas que le cayeron en el costado izquierdo. No tenía fuerza para gritar, así que lloró.
Al abrir los ojos tras presionarlos fuertemente se encontró sentado en otra camilla. Levantó la vista de sus rodillas y vio que se hallaba en un mundo blanco. No había nada en el horizonte, si es que había horizonte, puesto que no había nada sobre él. La tierra toda era de un blanco inalterable. A su lado había una serie de instrumentos metálicos y brillantes. Aparecieron en un abrir y cerrar de ojos dos médicos vestidos también de blanco. Tenían los ojos tristes. Le dieron un globo rojo y le gritaron que lo inflara. Hizo toda la fuerza de la que eran capaces sus pulmones. Le gritaron que siguiera soplando.
Despertó en un banco, en el medio de una plaza. Sintió el sol en la espalda. Al aspirar saboreó el olor a tierra mojada. Vio como las sombras de los niños que andaban en bicicleta se proyectaba delante suyo. Apretó el borde del banco con ambas manos, dispuesto a levantarse. Súbitamente sintió una punzada en el pecho. Se lo sujetó con ambas manos y cayó de costado.
Se encontró mirando una vieja construcción desde la altura del cordón de la calle. Sintió calor en la parte de la cara que estaba apoyada contra el asfalto. Escucho bocinas de auto, después pies corriendo y después gritos. Pero no pudo percibir ningún movimiento, como si se hallara en un mundo sin tiempo. Le dolía respirar. El ruido aumentaba, como si se acumulara. Apretó los ojos para concentrarse. Al abrirlos se encontró en la cama de un hospital. Estaba solo. La ventana estaba abierta. Vio varios peluches acomodados cuidadosamente en una mesita blanca. Escuchó como alguien se apresuraba a hacer una llamada telefónica. Su madre y hermanos lloraron con él. 

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly