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El espejo

El espejo esta hambriento de rostros. Es rectangular y alargado, perfecto para medir el estiramiento de una camisa sobre un vientre abultado. El marco lo conforman cuatro delgadas varillas plateadas, que combinan con las manijas de los cajones del escritorio y el modular. Poco llamativas a la vista lo hacen pasar desapercibido, como si a su propietario no le gustara demasiado apreciarse. A pesar de ello, el espejo ha atestiguado éxodos y repoblamientos de rostros barbados, el corrimiento continental de la línea de cabello retrocediendo y ampliando la frente, y la lenta formación de surcos bajo aquellos ojos que siempre se negaron a cerrarse.  
A un lado de la puerta de entrada, el espejo queda tapado cuando esta se abre, lo que parece una deliberada falla en su locación. Quien sale de la habitación casi siempre se sorprende devolviéndose la mirada, y suspira. 

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