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El techo

El techo amarilleció de humo de cigarrillo. En los cielorrasos se aprecia la gradación del blanco ahumado con el blanco original, y a la vez con el nuevo blanco de las paredes recién pintadas. En las esquinas la perspectiva engaña, y parecieran verse tonos grises, justo allí donde parten las tres líneas que formarían un triángulo imaginario teniendo como base el rostro del observador.
A fuerza de apreciaciones estéticas ajenas hace ya décadas que se han cubierto las vigas, pero aun así quien pasa el mayor tiempo bajo ellas continúa imaginándolas sobre su cabeza. Sus ojos intentan ir más allá de la inalterable superficie amarillenta y penetrar la madera, la teja, la noche, el cielo. Como si quisiera, casi obsesivamente, llenar el vacío. Más de una vez se ha alzado la vista hacía ese vacío desde otro: el de la hoja en blanco.

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