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SKYWALL II

Subieron la bandera apenas la campana del castillo dejó de sonar. Los Wings tomaron posiciones y los Settlers movieron a resguardo a la agitada población. Corría el año mil quinientos veintiuno[1] y el muro estaba lejos de estar terminado. Mientras los Wings cargaban los mosquetes intentando mantener la calma el general Wing y el mayor Settler se reunían a minutos de a costa, en las almenas del castillo de Beast, cuyas campanas acababan de sonar por las playas de la Bretaña francesa. Una nueva oleada de espectros chocaba contra el Skywall, mucho antes de lo que habían previsto.
Corría el rumor de que la parte del muro de Portugal había cedido y de que los castellanos no tardarían en caer, engrosando las filas infernales hacia los pirineos y el mediterráneo. Los mayores Settlers de aquella región, algunos de los más experimentados, habían enviado por ayuda al norte, y ninguno de los mensajeros que habían mandado con respuestas había regresado. Entre los caídos estaban los dos hijos del mayor Settler de Bretaña, por lo que la negativa a defender el muro no sorprendió al general Wing, quien también sentía que había perdido a demasiada gente.
En aquellas almenas, frente a la costa francesa y las colosales bases del Skywall, murió el orgullo del hombre por pelear hasta la muerte. Vieron caer uno a uno a los Wings, blandiendo desesperados sus espadas contra enemigos que no podían ver. Vieron a los Reds morir rezando tras arrojar la sangre purgada a los caídos por sobre el muro, para que los espectros se atacaran entre sí. Pero eran demasiados.
El general y el mayor hicieron sonar la campana dos veces más. Se les dio la orden de retirada a ambos grupos, a los Settlers tras evacuar a toda la gente posible, y a los Wings tras encender el depósito de pólvora. Aquel atardecer conoció la extinción de los Reds, los sacerdotes de religión unificada que habían dedicado sus saberes conjuntos a combatir el infierno en la tierra, y surgían los Armstrongs, cuya ostia seria la pólvora y cuya cruz se transmutaría en espada.
Un pequeño grupo de Settlers y Wings se negó a huir y se mantuvo junto a sus generales en el ocaso del mundo del hombre. La pólvora detonó y al silencio le siguió una nueva tempestad de bramidos. Grande fue la sorpresa cuando tras algunas bajas los espectros dejaron de verlos. Intentaron en vano una y otra vez defender a los rezagados, pero fue imposible controlar el miedo ajeno de quienes cargaban hacía demasiado poco con el peso de haberlo perdido todo. Al caer la noche pudieron escabullirse hacia las torres más altas de Beast y aguardar a que el ejército de docenas de miles continuara su persecución.
Tras el sangriento amanecer del día siguiente el general y el mayor decidieron tomar caminos diferentes. El primero comenzaría un éxodo hacia oriente, uniéndose a quienes habían conseguido escapar y buscando el abrigo de la tundra y la fuerza de los eslavos. El segundo atravesaría Francia hacia los pirineos reclutando a quienes hubiesen vencido el miedo a la muerte, e intentando vengar a su prole al retomar la península Ibérica.



[1] 14 de Agosto, caída de Tenochtitlán.

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To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly