La silla del escritorio es en realidad una vieja silla de mesa. De madera de castaño, al contrario del roble del escritorio, está, en la parte del respaldo, ligeramente más encorvada hacia atrás de lo que debería. El asiento, por su parte, de cuero beige abotonado en los extremos, está en casi perfecto estado, como si el descanso continuo de culos sobre él lo hubiese mantenido joven a través del tiempo. La única herida es un corte minúsculo en el cuero casi en el borde la silla, como si un culo vestido de jeans se hubiese levantado de golpe hace muchos años, expectante. O quizás como si una mano de un niño, hijo del propietario de aquel culo, hubiese punzado el cuero con una lapicera al quedar fuera de la vista de aquel, mientras ojeara un libro. En todo caso la vieja silla, al igual que la miniatura de la Torre Eiffel, es hija de un tiempo mejor.