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El número de este objeto

47 es un número primo. 47 también es la edad de su mujer (él le lleva 10 años). 47 está en su número de documento, que empieza con 12 millones, y 47 estaba en la patente de uno de sus primeros autos, que no puede recordar porqué recuerda. Una intensiva búsqueda genealógica en la laptop arrojaría toda clase de datos curiosos: en 1947 se publica el diario de Ana Frank, en 1847 se unifica el huso horario en Gran Bretaña, en 1747 se decapita por última vez en Inglaterra, en 1647 hay un terremoto de grado 9 en Santiago de Chile, en 1547 nace Miguel de Cervantes, en 1447 asesinan a Vlad II Dracul, padre de Vlad el Impalador, en 1347 empieza la pandemia de la peste negra, en 1247 muere el Robin Hood histórico, en 1147 muere el segundo Gran Maestre de los Caballeros Templarios, en 1047 un papa sucede a otro, en 947 muere un líder tolteca, en 847 cae una parte del Coliseo de Roma tras un terremoto, en 747 nace Carlomagno, en 647 un emperador chino manda una expedición a la india para recolectar información sobre la manufacturación del azúcar, en 547 muere el rey Arturo, en 447 los Hunos, guiados por Atila, cruzan el Danubio, en 347 nace un obispo de la ciudad de Gaza, en 247 se celebran los 1000 años de la fundación de Roma, 147 es un modelo de Fiat, el auto de la patente que no sabe porque recuerda, en el año 47 Jesús habría cumplido 47 años si su propio padre no lo hubiera sacrificado.
En el 147 a.C. está en pleno desenlace la Batalla de Cartago, en el 247 a.C. está en pleno desenlace la primer Guerra Púnica, en el 347 a.C. se introduce el uso corriente de la moneda en Roma, en el 447 a.C. se termina la sección media del muro que cubrirá Atenas y su puerto, en el 547 a.C. muere Tales de Mileto, en el 647 a.C. no pasa nada interesante, en el 747 a.C. un rey sucede a otro, en el 847 a.C. se cansa la vista, en el 947 a.C. se mira el reloj, en el 1047 a.C. muere el octavo rey babilonio, en el 1147 a.C. se reclina la silla para atrás y se mira al techo, en el 1247 a.C. se palpitaba la Guerra de Troya, según Heródoto. En el 1347 a.C. se apaga y se vuelve a prender la computadora, porque también resulta que es el número atómico de la plata, y la distancia en grados entre los trópicos de Cáncer y Capricornio. 

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

También el jugador es prisionero

   Apoyó la mano sobre el mármol frío y sus dedos todavía húmedos dejaron cinco cicatrices translucidas. La tenue luz que se filtraba por la persiana a media asta cargaba el monoambiente de un gris que emulaba el de la mesada que acababa de rasgar. Afuera otro chaparrón veraniego parecía inevitable.   Un rayo de luz se dobló en su iris en el ángulo correcto como para, por una fracción de segundo, hacerlo alucinar un fantasma sentado en la silla de la computadora. Una tosca fotografía de él : pura silueta, puro recuerdo subconsciente del contacto de su piel. Lo corrió de su lugar y, todavía semidesnudo, se sentó a terminar de leer el poema de Ascasubi. El examen final que estaba preparando, y algunas otras cuestiones, lo tenían lo suficientemente ansioso como para haber necesitado aquella ducha en primer lugar. Toda la cosa le estaba llevando mucho más tiempo del que estaba dispuesto a reconocer y hacía relativamente poco que al amparo de la mitología borgiana sobre los cuchilleros h