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Millennial 35 (Gladiador II)

Otro golpe cae y su cabeza sigue la órbita en la que la pone el golpe. Otro golpe y ya no puede sentir la cara. Uno más y se está ahogando. El bruto se inclina hacía atrás para propinar lo que cree será el golpe final, y él aprovecha para tomar la daga que tenía escondida contra el costado (tan bien escondida que por un momento se había olvidado de ella). La toma con tal esfuerzo que tiene la sensación de que en realidad se quiere defender con una costilla rota. A través de la sangre y el dolor la esgrime con firmeza y la clava en el costado del bruto con toda la fuerza de la que es capaz. El bruto se toma el costado con la mano libre, y él vuelve a apuñalarlo, a través de la mano. Lo escucha maldecir y retorcerse, cortando el silencio mortuorio del estadio. Le pelea a la oscuridad y consigue entreabrir los ojos. Si, si, si, si, si…
El bruto se incorpora más rápido que él, y otra vez busca embestirlo con la espada en alto, hirviendo de hybris, pero él consigue adelantársele, y tomándolo de la cintura lo alza y lo devuelve al suelo. Siente como sus propios huesos tronan al dejarlo caer. La gigantesca espada del bruto finalmente se escapa de sus manos, y su aturdimiento le da el tiempo suficiente para volver a apuñalarlo. Él no tiene que demostrar nada. Lo apuñala por cuarta vez. Él solo quiere sobrevivir. Apuñala la herida más roja que encuentra. Siente que se desvanece. La daga se rompe a la mitad contra la cota de malla. Él no eligió estar ahí. La boca del Otro está llena de sangre. La daga rota se hunde en los músculos del cuello. Él no quiere morir. El bruto todavía intenta respirar. Le arranca el casco tomándolo de la cresta. No, no… La daga se le cae de las manos al ver que se trata de un infante, al ver que es un niño quien está unido a ese cuerpo monstruoso. El cielo se parte a la mitad y una mano gigantesca procede a elevar al ganador, y llevárselo a la boca. We all are somebody's toys. 

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

También el jugador es prisionero

   Apoyó la mano sobre el mármol frío y sus dedos todavía húmedos dejaron cinco cicatrices translucidas. La tenue luz que se filtraba por la persiana a media asta cargaba el monoambiente de un gris que emulaba el de la mesada que acababa de rasgar. Afuera otro chaparrón veraniego parecía inevitable.   Un rayo de luz se dobló en su iris en el ángulo correcto como para, por una fracción de segundo, hacerlo alucinar un fantasma sentado en la silla de la computadora. Una tosca fotografía de él : pura silueta, puro recuerdo subconsciente del contacto de su piel. Lo corrió de su lugar y, todavía semidesnudo, se sentó a terminar de leer el poema de Ascasubi. El examen final que estaba preparando, y algunas otras cuestiones, lo tenían lo suficientemente ansioso como para haber necesitado aquella ducha en primer lugar. Toda la cosa le estaba llevando mucho más tiempo del que estaba dispuesto a reconocer y hacía relativamente poco que al amparo de la mitología borgiana sobre los cuchilleros h